El hombre está en continúo movimiento, aunque aparentemente parezca que está quieto, instalado y parado. No, nada de eso, se mueve constantemente, aunque eso no implique que tiene que caminar o trasladarse de un lado para otro. Su corazón no deja de latir y está siempre en alerta y estado de busca. Interiormente, hasta durante el sueño, el hombre busca y camina ¿Por qué? Porque el hombre está hecho para ser feliz eternamente y en este mundo no lo consigue, por eso busca y busca.
Razón tenía San Agustín al decir: "Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti." Y es que no hay descanso mientras andamos por estos lares. Por eso, no nos queda otro remedio que estar en continúo desasosiego y movimiento. El hombre para ser feliz necesita amar. Sin amor se siente vacío, inútil, sin sentido. Necesita darse, experimentarse útil y entregarse. Y eso sólo se lo da el amor.
El hombre ha sido creado por amor y sólo amando se encontrará a sí mismo. Por eso, su primer impulso debe ser amar. Pero, ¿amar cómo? ¿Dejándose llevar por su propio egoísmo y ambición? ¿Respondiendo a sus propias pasiones y satisfacciones? Sería su error más grave, porque caería hundido en sus propios egoísmos que le conducirían al vacío, al sin sentido y a la perdición.
La referencia es Jesús que está unido al Padre. Y ambos se aman eternamente. La meta es estar unidos como el Padre y el Hijo lo están y forman uno. El fundamento de nuestra vida es el amor a la única y verdadera fuente de Amor, Dios. Y la forma de demostrarlo y concretarlo es volcando ese amor en el prójimo. Es la única forma de verificar que realmente ama a Dios.
Porque, si dice que amas a Dios, pero no al prójimo, estás mintiendo. Sólo, verificado tu amor verdadero al prójimo dejas ver y testimonias tu amor a Dios.