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Jn 13,16-20 |
No sólo nos lo dice, sino que humildemente lava los pies a todos sus apóstoles. No sólo se trata de proclamarlo y anunciarlo, sino también de vivirlo y hacerlo. Hemos recibido unos talentos para ponerlos al servicio de los demás, y, para eso, es necesario luchar contra nuestra pereza, contra nuestras comodidades y nuestros egoísmos. La batalla es dura y se realiza cada día. Necesitamos superarnos y no dejarnos vencer por las fuerzas del mal que nos tienta y tratan de vencernos.
Nuestra naturaleza está herida y necesitamos el auxilio del Espíritu Santo para fortalecerla y superar todas las fuerzas del mal que nos tientan y nos empujan a la holgazanería y a la desidia. El que me acoge al que Yo envíe me acoge a Mí, y quien me a coge a Mí acoge al que me ha enviado. Por lo tanto, cuando acogemos la Palabra del Señor y tratamos de vivirla, estamos acogiendo al Señor, el Hijo de Dios, enviado a revelarnos al Padre. Y al acoger al enviado, acogemos a quien lo envía, nuestro Padre Dios.
El servicio es la clave de nuestra acogida a la Palabra de Dios. Porque, no es una Palabra para que se quede en la reflexión y en el corazón de quienes lo abrimos a ella, sino que es una Palabra que, pasando por el corazón debe y tiene que trascender y aterrizar en la vida concreta de cada día sirviendo a los demás en todo aquello que podamos.
Ese es el mensaje y el fin último. Todas nuestras oraciones, sacrificios y trabajos deben ir encaminados a servir. Porque, nuestro Señor Jesús no ha venido a ser servido, sino a servir.