martes, 20 de julio de 2021

MÁS QUE HERMANOS DE SANGRE

 

La relación que Dios nos pide está injertada e implícita en el amor. Es el amor lo que nos une y nos hermana, y ese es el sentido que Jesús antepone a su Madre. No se trata de rechazo ni de trato despectivo, sino de dejar claro que nuestra relación con nuestro Padre Dios es una relación de amor verdadero. Creados por amor estamos llamados y destinados a amarnos.

Desde esa perspectiva se entiende la respuesta de Jesús a quienes le avisan de que su Madre y hermanos quieren hablarte: En aquel tiempo, mientras Jesús estaba hablando a la muchedumbre, su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: « ¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte». Pero Él respondió al que se lo decía: « ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre». 

La relación con nuestro Padre Dios está por encima de cualquier relación de sangre. Dios nos ha creado por amor y por amor nos ofrece esa Buena Noticia, en el Hijo, de salvación. Por tanto, nuestra relación de sangre es importante, pero, por encima de ella está nuestra relación de fe. Fe en seguir y vivir la Palabra de Dios. Y Jesús - Dios encarnado - aprovecha para dejar claro que los hermanos son los más próximos en la fe y en los que abren su corazón a ella. De ahí en reconocernos hermanos en la fe y de esforzarnos en amarnos como Dios nos ama.

Partiendo de esa premisa, María es la primera hermana en la fe, pues fue ella quien acepta la Voluntad del Padre y se ofrece como su esclava: Hágase su Voluntad. Las Palabras de su Hijo, nuestro Señor, la engrandecen y la exaltan, pues es ella su primera Madre y hermana en la fe.