domingo, 5 de septiembre de 2021

SIN TÍ, SEÑOR, CAMINO EN LA OSCURIDAD Y EL SILENCIO

Mc 7,31-37

Nuestra vista y escucha es aparente. Creemos ver y oír, pero ni lo uno ni lo otro. Este mundo se mueve en la oscuridad más ciega y en la sordera más silenciosa si Tú, Señor, no te haces presente. Caminamos creyendo ver y oír, pero no vemos ni oímos. Todo lo que se mueve en este mundo está muerto y tiene su tiempo marcado. La realidad es que, quizás sin advertirlo, vivimos en un mundo de ciegos y sordos.

Si nos paramos un poco a pensar, observamos que todo lo que existe en este mundo es prestado durante un tiempo - el que dura nuestra vida - para que, bien usado, nos de esa posibilidad de, siguiendo el mandato del amor, alcanzar la Vida Eterna en plenitud de gozo y felicidad. De lo contrario, todo lo recibido queda sin valor como si de ciego y sordo se tratara. La aparente claridad y escucha de este mundo se volverá oscuridad y silencio infernal.

Un mundo en el que se le da la espalda a Dios, es un mundo ciego y sordo. Un mundo mudo y sin capacidad para manifestar la verdadera alegría eterna. Un mundo de egoísmo en el tener y poder y que se esconde en la más absoluta ceguera y oscuridad del absurdo y el disparate. Un mundo cuya esperanza muere en el mismo. Un mundo donde no se tenga a Dis por meta y destino es un mundo de ciegos y sordos, 

Porque, sin Él, ¿a dónde te diriges? ¿Qué gozas con disfrutar de tus pasiones y egoísmos? Es como si, condenado a muerte, te concedieran tu última voluntad. ¿Vale la pena vender tu vida por tan poca cosa y pasar la eternidad en el dolor y rechinar de dientes? Porque, si no crees en la Resurrección, ¿dónde pones tu esperanza? ¿Tiene sentido la vida? Y lo peor es que el tiempo se acaba y no hay vuelta atrás. Mientras haya vida, hay tiempo, pero el camino recorrido pasa su factura.