lunes, 3 de diciembre de 2018

EL AMOR Y LA FE

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Mt 8,5-11
Cuando uno ama recurre a la fe, y lo hace porque en el amor hay momentos que la fe se hace presente y es necesaria. Porque, el amor pasa también por momentos de necesidad, por momentos difíciles, por momentos de peligro y necesita implorar ayuda. Ayuda que el mundo no puede dar en algunos casos extremos y necesita recurrir al Todopoderoso Creador capaz de hacer volver la salud y la vida.

En esos momentos la fe hace el milagro por la Gracia de Dios. Y lo hace porque en medio de ella está el amor. Es el amor el catalizador de esa fe que aparece, por la Gracia de Dios, puesto que es un don y como consecuencia de ese amor entregado a otro. Es el caso del que habla el Evangelio de hoy, el centurión preocupado por su siervo que busca a Jesús para que lo cure. Eso, primero, manifiesta una fe de que Jesús puede hacerlo, pero más asombra que le confiese a Jesús que puede hacerlo desde donde se encuentra y que no hace falta ir a su casa.,

Esa confesión y proposición asombra y pone de manifiesto su gran fe y su gran humildad, pues humildemente, valga la redundancia, advierte que si él, un simple centurión, tiene siervos que obedecen sus ordenes, cuánto más Jesús con su poder puede curar a su siervo desde donde se encuentra. Esa confesión admira a Jesús  hasta el punto que llega a expresar: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. 

La fe es un don de Dios y lo único que podemos hacer es buscarla y pedirla, y dejarnos llevar por la acción del Espíritu Santo. Ser pacientes y perseverantes para estar vigilantes y preparados para la acción del Espíritu, porque esa vigilancia y preparación puede ser la prueba que el Espíritu nos está exigiendo. Así como la constancia, la búsqueda y las palabras del centurión admiraron al Señor.