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lunes, 18 de septiembre de 2023

UNA FE CONFIADA Y FRATERNA

Aquel centurión daba por descontado que su siervo sería curado si Jesús accedía a su petición. ¿Confiamos así nosotros? Es la pregunta que de inmediato al empezar a leer este pasaje evangélico me surge en lo más profundo de mi corazón: ¿Confío yo de esa manera en el Señor? ¿Es esa la medida de mi fe?

Sucede que acudimos al Señor para que nos solucione nuestros problemas o para que las cosas nos vayan bien. Y ese es el error. Jesús hizo milagros porque, no voy a decir que no le quedaba más remedio, sino para demostrarnos que era Dios y por su amor compasivo y misericordioso. Pero no vino para eso, sino para anunciarnos y revelarnos el Amor Infinito y Misericordioso del Padre.

Y ese Amor nos exige que también nosotros amemos de esa manera. Esa es la cuestión. Jesús no fue apartado de su Pasión por el Padre, y nosotros tampoco seremos apartados de la pasión que nos toca en nuestra particular vida. ¿O queremos ser apartado?

Lo que nos toca es aceptarlo y confiar en que nuestro Padre Dios nos salvará cuando llegue la hora final y su Hijo venga de nuevo a Reinar eternamente. Por tanto, mi fe tiene que ser esa, la de saber que Jesús está conmigo y camina a mi lado. Y, pase lo que pase, si yo trato de amar como Él quiere que lo haga, mi salvación está asegurada. De alguna manera esa es la fe que debemos tener porque nuestro mundo no es éste, sino el que Dios, nuestro Padre nos tiene preparado.

El centurión confiaba que con solo una palabra de Jesús bastaba. Y ahora pasa lo mismo, solo una Palabra de Jesús basta. Y su Palabra ya está dicha: «Quien cree en mí tendrá vida eterna».

lunes, 12 de septiembre de 2022

LA FE SE NOTA EN LA ACCIÓN

Cuando actúas y te mueves, ¿a qué se debe? Responderás que alguien te ha movido a buscar y a ponerte en camino de conseguir eso que has sentido o has descubierto. Es la fe la que te pone en movimiento y en acción. La fe en aquello que descubres y que piensas que necesitas y te va a salvar.

Supongo que eso fue lo que sintió aquel centurión, cuya respuesta a la decisión de Jesús de visitarle y sanar a su siervo, se repite a lo largo de los siglos en la celebración Eucarística. Apreciaba a su siervo y se preocupó por su salud. Ese aprecio – amor – se notó en su preocupación e interés en ayudarle. Y no se quedó tranquilo hasta agotar todas sus posibilidades. Enterado de la cercanía de Jesús, mandó a pedir su intervención. Creyó que Jesús podía sanar a su siervo y, tanto fue así que considerándose indigno le pidió que desde su lugar, solo con unas palabras, podía sanarlo.

Esta es la historia que hoy nos narra el Evangelio. Un día más de los que vivió Jesús en su Vida, y un día más donde manifestó su amor misericordioso a los hombres de toda condición. Un día más donde nos mostró el Camino, la Verdad y la Vida, y nos enseñó que amar es lo verdaderamente importante.
 
—Es evidente —dijo Manuel— que la fe se demuestra actuando. Porque, de nada vale decir que creo, pero no me muevo de mi situación y estado propio. Creer invita a andar, a moverse y a actuar. Actuar, según la Palabra y Voluntad de nuestro Padre Dios, por amor.

—Estoy de acuerdo —respondió Pedro. De nada vale decir una cosa y, luego, hacer otra. Digo creo, pero hago lo que creo.

—La fe exige obediencia, porque, obedecer, supone creer en aquel que te manda a actuar de una manera concreta.

—Y porque experimentas que eso que te manda es lo bueno, lo que construye y vale para hacer el bien.

sábado, 26 de junio de 2021

TU FE ES NECESARIA

Mt 8,5-17

Todos sabemos por experiencia que la fe es necesaria. Hablo de esa fe humana en las cosas humanas. Muchos han compartido como, después de haber ganado o conseguido aquel objetivo que se habían propuesto, la fe en conseguirlo fue decisiva. La fe nos empuja, nos da esperanza y nos ayuda a seguir adelante. Pues bien, Jesús nos pide esa fe en Él para actuar en nosotros.

Eso fue lo que sucedió con aquel centurión, su fe conmovió a Jesús y le concedió lo que pedía. No era, precisamente, algo para él, sino pedía la curación de unos de sus criados, al que estimaba mucho, Mostraba esa cara del amor humano por el más débil y necesitado. Pero, lo sorprendente fue que considerándose pagano no se sentía digno de que Jesús entrara en su casa y le pidió que con solo una Palabra suya bastaría para que su criado quedara curado.

Se consideró pequeño ante el Señor, y, él, siendo pequeño, tenía criados a su servicio que le obedecían según les mandaba a hacer esto o lo otro. Pues, cuanto más sería Jesús que era Señor de la vida y la muerte. Aquella fe deslumbró al Señor que dijo: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes». Y dijo Jesús al centurión: «Anda; que te suceda como has creído». Y en aquella hora sanó el criado.

Podemos preguntarnos, ¿hasta dónde llega mi fe en este momento? ¿Confío que puedo seguir creciendo y confiando en la Palabra del Señor?

sábado, 27 de junio de 2020

ESA DEBE SER NUESTRA ASPIRACIÓN, A TENER UNA FE COMO LA DE AQUEL CENTURIÓN

Evangelio del Día | Evangelio, Evangelio segun san lucas ...
Mt 8,5-17
No se trata de hacer cosas, pues, pensándolo y mirándolo bien, Dios no necesita que le ayuden y Él sólo se basta para todo. Se trata de creer en Él y confíar que toda nuestra vida depende de Él. Hoy, el Evangelio nos habla del ejemplo o testimonio de ese centurión que confío tanto en Jesús que le pidió que desde donde se encontraba podía sanar a su siervo. 

Y, humildemente, se comparó con él, ¡un simple centurión!, que teniendo poder para decirle a uno, haz esto, y lo hace, y a otro, ven aquí, y viene...etc ¡Cuánto más tú, Señor, que puedes dar la vida! Porque, quien tiene poder sobre la muerte para devolver la vida es el Señor y Creador de todo. Es el Dios que todos quieren tener y encontrar. Es el Dios de la Vida y la muerte. El Dios de la Felicidad Eterna que todos buscamos y perseguimos.

A nosotros también puede ocurrirnos que sintiéndonos fuertes y, en cierta medida poderosos, tengamos mucha gente a nuestro cargo y bajo nuestro mando, pero, ¿pensamos como aquel centurión? ¿Y tenemos ese aprecio y amor a aquellos que están bajo nuestras ordenes? ¿Nos preocupamos por ellos hasta el punto de, siendo incrédulos, pedir ayuda al Dios que nos promete la vida y la resurrección? 

Porque, ese Dios que, quizás, se nos resiste, es el Dios que nos anuncia ese Jesús histórico, que pasó por este mundo haciendo el bien y sanando a las personas enfermas, tal es el caso del siervo del centurión. Ese Dios que te revela el amor del Padre y, en su nombre, te ofrece, por la fe, la Vida Eterna.

lunes, 2 de diciembre de 2019

LE FE MUEVE MONTAÑAS

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Mt 8,5-11
Por la fe de uno se pueden salvar otros. Por el amor de Uno y su entrega Voluntaria, enviado por el Padre, Jesús, el Señor, rescató nuestra dignidad de hijos de Dios que habíamos perdido por el pecado. Igual, por la Gracia del Señor, nuestra fe en Él puede liberar y salvar a muchos otros. Por eso, es necesario tener fe en el Señor. Él lo puede todo y, atendiendo nuestras súplicas y ruegos, puede darnos lo que pidamos para bien de los demás y propio.

Es esta lección la que hoy nos muestra el Evangelio. La fe de aquel centurión es grande y confía en el Poder del Señor. Si él, un hombre limitado tiene poder para mandar una orden a sus subalternos y criados y la cumplen, cuanto más Jesús, el Hijo de Dios, tendrá poder para devolver la salud a cualquier enfermo. Con este pensamiento y fiándose de la Palabra del Señor, aquel centurión le pide a Jesús que cure a su siervo y considerándose indigno de que entre en su casa, pues no es judío, cree firmemente que con solo una Palabra de Él todo quedará solucionado.

Realmente, la fe es grande y, además, está cargada de humildad. Porque, para pedir hay que ser humilde, pues no piden los que se reconocen inferiores y necesitados. Un centurión, invasor y dominador de aquel pueblo judío, que tiene además soldados y siervos a sus ordenes, necesita abajarse y experimentarse inferior y, por tanto, humilde, para acercarse a Jesús y rogarle que cure a su siervo enfermo. Con mucha razón, sus palabras las seguimos repitiendo hoy en cada Eucaristía en el momento previo a la comunión: "¡Señor, no soy digno de que ente en mi casa, pero una Palabra Tuya bastará para sanarme!

Tengamos en cuenta que con nuestra fe, confiada en el Poder del Señor, podemos salvar a mucha gente enferma por la ceguera de no ver y creer en la Palabra de Dios. Podemos aliviar a muchos enfermos, no sólo de enfermedades físicas, sino, sobre todo, espirituales. Abramos nuestros corazones a la fe en el Señor.

lunes, 16 de septiembre de 2019

LA FE ALIMENTA TU CONFIANZA

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Lc 7,1-10
Cuando te sientes enfermo acudes al médico. Entiendes que necesitas la presencia del médico para que, observándote, pueda dictar un diagnóstico y así curar tu enfermedad. Lo que nunca podrás entender que sin verte pueda curarte. Eso fue lo que ocurrió con aquel centurión que, sintiéndose indigno de que Jesús le visitara le pidió que desde donde estaba curase a su siervo. 

No se puede suplicar una actuación así sin una gran fe. Detrás de esas palabras se esconde una fe profunda y confiada. Manifiesta que Jesús es el Hijo de Dios cuando viéndose él un simple subalterno tiene a sus ordenes soldados que le obedecen y hacen lo que les pide. Por tanto, Jesús, el Hijo de Dios, del que él no es digno de que entre en su casa, podrá curar a su siervo sin necesidad de entrar en su casa. No extraña que Jesús se haya sorprendido y haya dicho:«Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande».

Ahora, lo que importa es plantearnos nosotros nuestra fe. Podemos también nosotros preguntarnos: ¿Es mi fe como la de aquel centurión, o, por el contrario es una fe que duda y se muere? Esa respuesta no la puedes dar sino tú, y nadie podrá responder por ti. Y la prueba de ella serán tus obras y el camino de tu vida.  La fe no se puede esconder porque vive dentro de ti y orienta tu vida y mueve tu corazón. Sus obras son su respiración y su compromiso su consecuencia.

Nuestro Señor Jesús está presente en nuestras vidas. Primero, porque lo dijo Él - Mt 18, 20 - y segundo porque vive en cada uno de nosotros y nos acompaña en el camino de nuestra vida. Por lo tanto, si está presente también puede actuar en cualquier momento y desde dónde se encuentre, porque sigue los pasos de nuestra vida y conoce todos nuestros secretos y necesidades. Sólo espera que le pidamos, como el centurión, que intervenga en ella.

lunes, 3 de diciembre de 2018

EL AMOR Y LA FE

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Mt 8,5-11
Cuando uno ama recurre a la fe, y lo hace porque en el amor hay momentos que la fe se hace presente y es necesaria. Porque, el amor pasa también por momentos de necesidad, por momentos difíciles, por momentos de peligro y necesita implorar ayuda. Ayuda que el mundo no puede dar en algunos casos extremos y necesita recurrir al Todopoderoso Creador capaz de hacer volver la salud y la vida.

En esos momentos la fe hace el milagro por la Gracia de Dios. Y lo hace porque en medio de ella está el amor. Es el amor el catalizador de esa fe que aparece, por la Gracia de Dios, puesto que es un don y como consecuencia de ese amor entregado a otro. Es el caso del que habla el Evangelio de hoy, el centurión preocupado por su siervo que busca a Jesús para que lo cure. Eso, primero, manifiesta una fe de que Jesús puede hacerlo, pero más asombra que le confiese a Jesús que puede hacerlo desde donde se encuentra y que no hace falta ir a su casa.,

Esa confesión y proposición asombra y pone de manifiesto su gran fe y su gran humildad, pues humildemente, valga la redundancia, advierte que si él, un simple centurión, tiene siervos que obedecen sus ordenes, cuánto más Jesús con su poder puede curar a su siervo desde donde se encuentra. Esa confesión admira a Jesús  hasta el punto que llega a expresar: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. 

La fe es un don de Dios y lo único que podemos hacer es buscarla y pedirla, y dejarnos llevar por la acción del Espíritu Santo. Ser pacientes y perseverantes para estar vigilantes y preparados para la acción del Espíritu, porque esa vigilancia y preparación puede ser la prueba que el Espíritu nos está exigiendo. Así como la constancia, la búsqueda y las palabras del centurión admiraron al Señor.

lunes, 17 de septiembre de 2018

FE Y HUMILDAD

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Lc 7,1-10

No es nada fácil ser humilde. Es un ejercicio de abajamiento y de igualdad, mejor, de considerarte igual o menos que otro. Es un ejercicio de no creerte más que otro ni más dotado, ni superior en conocimientos o virtudes. Es sencillamente considerarte criatura de Dios y agraciado con todo lo que Él te ha dado gratuitamente. Por eso, la primera condición de tu humildad es ponerlo de la misma forma, es decir, gratuitamente en beneficio y provecho de los demás.

Y ese ejercicio de abajamiento, de humildad descubre tu fe. Porque, nadie es humilde si no cree en el amor, en la verdad y en la justicia. Si yo tengo ciertos poderes y autoridad para que otros me hagan caso, cuanto Tú, Señor, que curas, que sanas y nos rescata de la muerte volviéndonos a la vida. 

De alguna manera esa fue la manifiestación del aquel centurión. Si él era capaz de tener siervos disponibles a sus ordenes, ¡cómo no Jesús, del que había oído realizar grandes prodigios y milagros, tendría poder para con simplemente mandarlo sanar a su siervo! Su súplica contiene una fe sorprendente y firme, hasta el punto que Jesús la pone como modelo para Israel: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande».

Este testimonio, aunque lejano en el tiempo, debe servirnos para acrecentar nuestra fe. Porque, para el Señor nada hay imposible y todo lo puede, pero, como veíamos ayer, no se trata de encontrar el paraíso aquí en este mundo, sino llegar a él a través de este mundo cargando con la cruz que nos toca vivir. Pensemos que este camino es la gran oportunidad, no hay otra, que tenemos para lograr la curación, la libertad y la salvación, no de este mundo, sino para toda la eternidad.

sábado, 30 de junio de 2018

LA FE HACE MILAGROS

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Mt 8, 5-17
Si tuvieras fe como un granito de... -Mt 17, 20-  todo sería diferente. Aquel centurión la tuvo y Jesús, el Señor, no pudo resistirse. Es más, quedó admirado de esa gran fe del centurión lo que le llevó a decir: "En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe".

Sin embargo, no es fácil tener esa fe. Entre otras cosas porque no depende de nosotros. La fe es un don de Dios, y como tal podemos pedirla y esperar a que el Señor, que nos conoce y sabe lo que vive en lo más profundo de nuestro ser, nos la conceda. No tratemos de juzgar ni tratar de entender al Señor, porque no podremos. Tratemos de confiar y de esperar pacientemente. Si no nos viene la fe será porque el Señor así lo cree y, posiblemente, porque no estamos preparados.

Cuántas veces se nos presentan ocasiones para servir, para evangelizar o para cualquier otra cosa, y no damos el paso para comprometernos. Cuántas veces nos reclaman y no piden nuestra colaboración y tratamos de escabullirnos y despistarnos. Y, quizás, por otras cosas superfluas y de poca importancia. Más relacionadas con el disfrute y egoísmo propio.  ¿Y queremos la fe? ¿Qué haríamos si Dios nos la concediese? ¿Le responderíamos? ¿Has pensado que, quizás, te hayan pedido algo y te has echado atrás?

Supongo que la fe nos vendrá cuando experimentamos que estamos dispuesto a entregarnos a una tarea y confiamos que, por la Gracia de Dios, saldrá adelante. Y persistimos, somos perseverantes hasta que sale. Claro, algo bueno y que es para beneficio de otros. Así ocurrió con aquel centurión, creyó que Jesús podía curar a su siervo y se lo pidió. Y creyó que lo podía hacer desde el lugar que estaba. En ese momento su fe quedaba al descubierto, pues quería la curación de su siervo y le pedía a Jesús que lo hiciese desde la distancia. No se consideraba digno de que, siendo pagano, entrase en su casa. Su pensamiento estaba al descubierto y bien intencionado. 

Seamos constante, persistentes e insistentes. No desfallezcamos y pidamos con perseverancia que nuestro Padre Dios nos dé la fe. Pero, pongamos también todo nuestro esfuerzo en abrirnos a la acción del Espíritu Santo, para que transforme nuestra mente y nuestro corazón hasta el punto de crecer en la fe y confianza en el Señor.

lunes, 4 de diciembre de 2017

LO QUE IMPORTA ES EL AMOR

Mt 8,5-11
La fe mueve montañas, y aquel Centurión manifestó una fe de ese nivel. Confiaba en que Jesús, sólo con desearlo podría curar a su siervo, y, con esa intención, se acercó a Jesús. No se consideraba digno de que Jesús entrara en su casa. No era judío ni discípulo, pero confiaba en que Jesús podía curar a su siervo.

Pero, añadido a esto, lo que moraba dentro del corazón de aquel centurión era su amor por su siervo. Su preocupación era tal que nada le impidió buscar a Jesús y pedirle la curación de su siervo. Esa compasión y preocupación por su siervo se llama amor. Y cuando se ama, el Señor no puede quedar al margen. Muchos milagros se hacen por el amor y la fe.  Sí, verdaderamente, la fe y el amor mueven montañas.

Qué más podemos extraer de este hermoso encuentro del centurión con Jesús. Hay algo que destaca y que debe llamarnos la atención. Normalmente se ve que en las grandes empresas se enferma alguien y los jefes no se enteran. Quizás tampoco los compañeros inmediato. Y a lo más que llegan es a hablar de él y recordarle. Es verdad que la vida nos envuelve y nos lleva a velocidad de vértigo y no nos da respiro. E incluso, nos roba el tiempo, que lo quiere para ella. Una vida desenfrenada, rápida, casi inconsciente, consumista y productora.

Parece que no hay otros valores y mucha gente se muere en el anonimato, olvidadas y desahuciadas. Unos por ser mayores y otros porque la enfermedad les ha visitado. En este contexto real de la vida de cada día, sobre sale de forma significativa la actuación del Centurión. Un hombre con poder sobre otros, pero que sabe apreciar el servicio de sus subordinados y, en los momentos difíciles, tiene compasión de ellos. 

Y esa preocupación le mueve a buscar soluciones y al encuentro de ese Jesús de Nazaret, del que había oído hablar de sus milagros. Y se apura a encontrarse con Él y le pide la curación de su sirvo. El resto ya lo sabemos, lo que nos importa ahora es mirar para nuestro interior y palpar la intensidad y medida de mi fe y de mi amor. Y confiar que el Señor me los puede aumentar cada día.

lunes, 18 de septiembre de 2017

TÚ TAMBIÉN ESTÁS CERCA DEL SEÑOR

Lc 7,1-10
Lo tenemos cerca de nosotros. El Señor está tan cerca que lo podemos tocar. ¿No lo hacemos cuando tomamos su Cuerpo entre nuestras manos? Ahí está el Señor bajo las especies de Pan y Vino. Nos alimentamos de su Cuerpo y de su Sangre. ¿Acaso puede estar más cerca?

No hace falta que entre en nuestra casa particular, porque ya está. Señor, dame la fe de ese Centurión que creyó en tu poder de curación. Pero, yo no quiero pedirte hoy por mi curación, sino por mi fe. Aumenta mi fe y transforma mi corazón humano, muchas veces de piedra, en un corazón de carne misericordiosa y de fe. Quiero creer como ese Centurión, sabiendo que Tú me puedes curar y transformas con sólo pensarlo y quererlo.

Yo tengo la ventaja que sé donde puedo hallarte, Señor. Y también la posibilidad de alimentarme de tu Espíritu. Tú estás en el Sagrario y allí puedo encontrarte a todas las horas. Incluso hasta cuando la iglesia templo está cerrada, porque Tú sigues allí esperándome. Pero, también dentro de mí. Estás dentro de mi corazón, siempre y cuando te abra mi puerta y te deje entrar. Porque, Tú, Señor, nunca me violentas, ni me exiges amor. Tú sólo lo das, y lo haces sin condiciones, sólo por verdadero amor.

Este pasaje del Evangelio de hoy me sugiere y me invita a llamarte, Señor. A llamarte con una fe encendida y confiada. Una fe segura de tu respuesta y tu acción. Una fe que responde a tu presencia permanente en el Sagrario por mí. Una fe que espera que te hable,que te escuche y que, pacientemente, esté atento a tu Palabra y tu acción.

Una fe que sabe de nuestra pobreza y limitaciones. Una fe que se descubre humilde e indigna de recibirte y confiada en tu Poder y tu Amor. Una fe que sabe que una Palabra tuya, Señor, bastará para sanarnos.

lunes, 28 de noviembre de 2016

LA NECESIDAD AVIVA LA FE

(Mt 8,5-11)
Se me ocurre pensa que habría pasado con el centurión si no hubiese tenido aquel estimado siervo enfermo. Podemos pensar que gracias a esa enfermedad de su querido siervo, él buscó y creyó que Jesús podía sanar a su siervo. Y su fe le movió a pedirselo a Jesús. Y tanta fue su fe que, sintiendose indigno de que el Señor fuese a su casa, le pidió que con sólo su Palabra bastaría para sanar a su siervo.

Al empezar la reflexión de este Evangelio me he dado cuenta que todas las cosas nos llevan a Dios. Incluso las que, aparentemente, nos parecen malas, porque es en esos momentos, por desgracia, cuando más recurrimos al Señor. Supongo que si el centurión no hubiese tenido al siervo enfermo no se habría acordado del Señor, pues no le hacía falta. 

Y eso nos ocurre a todos. Ya lo dice el refrán: "Solo te acuerdas de Santa Barbara cuando truena". Por eso me inclino a pensar que muchas veces los caminos torcidos nos lo endereza el Señor. Caminos que está llenos de amor, porque no podemos olvidar que el Centurión se mueve por amor. Está agradecido de su siervo y le aprecia por esa fidelidad con la que le ha servido tanto tiempo. Y eso es amor, y por amor se mueve y busca al Amor con mayúscula, el Señor, para que le sane a su siervo.

En la vida nos ocurre a nosotros lo mismo. En muchos momentos tenemos problemas y necesidades que buscamos solucionar. Y cuando esas necesidades están guiadas por amor nos encontramos con el Señor. Y es que estamos hechos por amor y para amar, y cuando descubrimos el gozo del amor nos tompamos con el Señor. 

Por eso, no perdamos nunca la esperanza por muy mal que nos vayan las cosas en la vida, porque el Señor está siempre con nosotros, y está para salvarnos. Su Palabra es Palabra de Vida Eterna.

lunes, 12 de septiembre de 2016

UNA PALABRA TUYA BASTARÁ PARA SALVARME

(Lc 7,1-10)

Todos los días se repiten estas palabras en la consagraión Eucarística: "Señor, no soy digno de que entre en mi casa, pero una Palabra tuya bastará para sanarme". Son las palabras que aquel centurión mandó a decir a Jesús por medio de unos amigos cuando Jesús se dirigía a su casa: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace». 

Hay que tener fe para enviar a decirlas. Hasta tal punto que admiraron a Jesús que exclamó:  «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande». Hoy se repiten innumerables veces en cada Eucaristia celebrada esta célebra frase. Tu Palabra, Señor, basta. Y así es y así debe ser. 

Pero la fe no es algo que se adquiere o se aprende. La fe es un don de Dios que se nos da gratuitamente, como todo lo que hemos recibido de Dios, y en la medida que también la buscamos. Porque, aquel centurión, primero había escuchado los prodigios y milagros de Jesús, y segundo, puso toda su atención para encontrarlo y, encontrado, envío mensajeros para solicitarle el favor para su siervo.

Se nos viene una pregunta: ¿Buscamos nosotros a Jesús? ¿Y lo hacemos con fe y la seguridad de que nos escuchará? ¿Creemos que nos podrá solucionar lo que le pedimos? Aquel centurión lo creyó y tuvo la respuesta afirmativa de Jesús. Porque el Señor no nos falla, pues ha venido para eso, para salvarnos. ¿Cómo no nos va a salvar?

sábado, 27 de junio de 2015

NO PUEDO AUMENTAR MI FE

(Mt 8,5-17)


No sé qué hacer para acrecentar mi fe. ¿Cómo sería la fe del centurión? De sus palabras se desprenden gran fe y una gran confianza en que el Señor puede curar a su siervo. Yo quiero creer así también Señor, pero experimento debilidad y confusión porque no tengo ninguna señal que me lo haga saber y me descubra la medida de mi fe.

Posiblemente estoy ciego y no veo todo lo que he recibido. Posiblemente estoy más que ciego, y no percibo los hermosos y largos días de la vida que Él me ha dado. Posiblemente no advierto que mi fe es la que hoy puedo tener, y que tener más podría ser malo para mí. Posiblemente no sé las razones de que Dios no quiera aumentarme la fe, y sí lo hizo con aquel centurión. 

Posiblemente no sepa nada, y lo que debo hacer es postrarme ante el Señor y confiar esperanzado en su Misericordia y Amor. Doy gracias a Dios, mi Padre, por demostrarme todo su Amor en Palabras de su Hijo Jesús, y en entregarlo a una muerte de Cruz para darme la oportunidad de salvarme. Doy gracias por tanta Misericordia, pues me siento indigno de recibirla.

A veces pienso que mi fe es muy pequeña porque no me siento con confianza para entregarme como me gustaría, o como pienso que debo hacer; otras veces creo que es el Maligno, quién me inquieta y hace pensar así para desesperarme y confundirme. De una u otra forma experimento que mi fe es pobre, pequeña y se tambalea. Quisiera tener una fe como la del centurión, pero eso me recuerda a algunos amigos que me han confiado que les gustaría creer en Dios.

La fe es un don de Dios, y creo que todos la tenemos sellada en nuestro corazón, porque Dios nos la ha dado como Padre Bueno que es y quiere que todos sus hijos crean en Él. Ocurre que muchos la rechazamos, otros la acogemos con indiferencia; otros no llegamos ni a descubrirla y nos quedamos en la mediocridad, y sólo algunos la acogemos, la aceptamos y nos abrimos a ella. Es posible que muchos de los que abren sus corazones a la fe se queden en un treinta por ciento, otros en un setenta y algunos lleguen al cien.

No sé dónde estaré yo. Creo que algo debo tener, y, por eso le doy gracias a Dios. Y digo algo debo tener en cuanto trato de buscarle y esforzarme en vivir su Palabra. ¡Claro!, dejo mucho que desear, pero confío en que pueda, con su Gracia, ir mejorando. 

Por eso, te pido, Señor, que aumentes mi fe, porque yo no puedo sino postrarme delante de Ti y esperar confiado que quieras dármela. Si Tú quieres Señor, como diría el centurión, puedes hacerlo. Amén.

lunes, 1 de diciembre de 2014

¿TENEMOS NOSOTROS LA FE DEL CENTURIÓN?

(Mt 8,5-11)

Sucede que pedimos muchas cosas, sobre todo por las curaciones de enfermedades que nos afectan a nosotros o familiares y conocidos. Pero, quizás lo hacemos por rutina, porque no hay otro remedio ni otra cosa que podamos hacer. Nos decimos: no queda otra cosa que hacer sino rezar.

La pregunta que nos sugiere hoy el Evangelio es: ¿Realmente, rezamos con algo de fe? Podemos suponer que nuestra fe es débil y muy frágil. Hoy vemos que el Evangelio nos pone de modelo una fe que se fía con confianza, y lo hace hasta el punto de decir: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace». 

Es tanto el ejemplo y testimonio de fe de aquel centurión que la Iglesia ha elegido esa frase recogiéndola en la Eucaristía Eucarística. Y nosotros quedamos reflejados y cuestionada nuestra fe por la de aquel centurión pagano. Indudablemente, nuestra fe queda descubierta como una fe débil, sin consistencia y que no llega ni a un grano de mostaza como diría Jesús en otro momento.

Porque de tener una fe cerca de la que tuvo aquel centurión, nuestra respuesta y nuestro vivir sería otro. Por eso, cuestionados por la fe del centurión, queremos Señor, pedirte que aumentes nuestra fe, para que seamos capaces de vivir en tu Palabra dispuestos a vivirla con todas las consecuencias que de ello se deriva. Amén.

lunes, 2 de diciembre de 2013

NOS CUESTA CREER


(Mt 8,5-11)

No cabe ninguna duda, nos cuesta creer. Y hasta exigimos pruebas y testimonios para creer. Muchos de los que nos hemos separado o apartado de la Iglesia ha sido por malos testimonios de otros. O simplemente porque no vemos pruebas que nos convenzan. Necesitamos razones y testimonios para creer.

Supongo que Jesús quedó admirado de aquel centurión porque creyó hasta el punto de que no hacía falta que Jesús se moviera de lugar para curarlo. Si él, un simple centurión, tenía poder para mandar una u otra cosa a sus soldados, Jesús, Señor de la Vida y la muerte, podía sanar con solo quererlo.

Hace falta mucha fe. Diría la fe de los niños para creer así. Por eso, mientras no nos hagamos pequeños y seamos sencillos y confiados como los niños, difícilmente nuestra fe crecerá y aumentara. Y eso es lo que le pido hoy al Señor: "Danos Señor una fe como la de aquel centurión que no exija pruebas ni testimonios, sólo con tu Palabra basta.