(Mt 8,5-11) |
Sucede que pedimos muchas cosas, sobre todo por las curaciones de enfermedades que nos afectan a nosotros o familiares y conocidos. Pero, quizás lo hacemos por rutina, porque no hay otro remedio ni otra cosa que podamos hacer. Nos decimos: no queda otra cosa que hacer sino rezar.
La pregunta que nos sugiere hoy el Evangelio es: ¿Realmente, rezamos con algo de fe? Podemos suponer que nuestra fe es débil y muy frágil. Hoy vemos que el Evangelio nos pone de modelo una fe que se fía con confianza, y lo hace hasta el punto de decir: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de
palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un
subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y
a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».
Es tanto el ejemplo y testimonio de fe de aquel centurión que la Iglesia ha elegido esa frase recogiéndola en la Eucaristía Eucarística. Y nosotros quedamos reflejados y cuestionada nuestra fe por la de aquel centurión pagano. Indudablemente, nuestra fe queda descubierta como una fe débil, sin consistencia y que no llega ni a un grano de mostaza como diría Jesús en otro momento.
Porque de tener una fe cerca de la que tuvo aquel centurión, nuestra respuesta y nuestro vivir sería otro. Por eso, cuestionados por la fe del centurión, queremos Señor, pedirte que aumentes nuestra fe, para que seamos capaces de vivir en tu Palabra dispuestos a vivirla con todas las consecuencias que de ello se deriva. Amén.
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