jueves, 8 de febrero de 2024

ENCUENTRO EN LA MISERICORDIA

De alguna manera, aunque no lo reconozcamos, late en nuestro interior una sensación de superioridad respecto a otras personas que consideramos inferiores o de menor categoría. No es que estemos de acuerdo con esa sensación, ni que tampoco consideremos que eso sea así. Somos verdaderamente iguales e hijos todos de un mismo Padre Dios. Pero, sin embargo si padecemos ese pecado que, aun queriendo rechazarlo, se nos cuela en nuestro corazón.

De cualquier manera no debemos preocuparnos. Nuestra condición – lo confesamos a diario – es pecadora y en ello entra ese pecado. Lo importante y en lo que no debemos ceder es en la lucha de resistirnos a pensar y creer esa sensación con las que el demonio, que quiere dividirnos, nos tienta.

El Señor es misericordioso y nos parecemos más a Él en la medida que también nosotros seamos misericordiosos. Sobre todo con los más pobres y necesitados. Es evidente y no cabe ninguna duda que el amor de una madre se aproxima mucho, desde nuestra pequeñez humana, al amor de Dios. Si hemos sido creados a su imagen y semejanza, esa característica de la misericordia es notable. En el pasaje evangélico de hoy, esa madre sirio-fenicia, mujer despreciable religiosamente para cualquier judío, no duda en buscar al Señor a pesar de la alta posibilidad de ser rechazada o impedida de llegar a su lado. Su deseo de liberar a su hija es más fuerte que su miedo al ridículo o desprecio.

La gran sorpresa, que también nos puede sorprender a nosotros y servirnos de acicate y testimonio, es encontrarnos con la Misericordia de nuestro Padre Dios. Una Misericordia que nos salva y que nos iguala a todos como verdaderos hijos de Dios.