martes, 4 de noviembre de 2025

INVITADOS AL BANQUETE

Lc 14, 15-24

   Francisco se sentía a gusto. Su situación era buena y se consideraba agraciado. Estaba satisfecho con sus posesiones y medios de vida. Se gustaba y despreciaba toda invitación a mirar cómo estaban otros y qué se podía hacer para ayudarles.

    Solo pensaba en su propio bienestar y en los pequeños lujos que se concedía, mientras excusa su participación en la comunidad humana.
    —¡Allá cada cual con su problema! —se decía.
 
    Se te hace difícil convocar a muchos satisfechos con el objetivo de hacer algo bueno por los marginados, excluidos y carentes de lo más imprescindible para vivir dignamente. Te dan la espalda con excusas demagógicas y se escabullen del compromiso de amar a los pobres.
 
    Ese era el tema de la tertulia. Hablaban sobre la solidaridad y la participación social para crear posibilidades de que todos tuvieran oportunidad de labrarse un porvenir.
    —Pero muchos no quieren. Se aprovechan de los que arriman el hombro y no dan golpe.
    —Cada cual será responsable de sus actos. La verdad saldrá a relucir, pero lo seguro es que los que lo rechazan se quedarán fuera del verdadero y único Banquete: el Reino de Dios.
    —¿Y dónde está escrito eso? —preguntó Florián, uno de los tertulianos.
    —Lo dice Jesús —respondió Manuel— en el Evangelio de Lucas (14, 15-24).
Y termina con estas palabras: “El Reino se construye en la solidaridad y la apertura, generando alegría y plenitud humanas entre los últimos.”
 
    Será difícil que un satisfecho pueda ver las necesidades de otros. Le gusta la vida —su vida—, pero ignora la de los que lo pasan mal. No quiere darse cuenta de que, quiera o no, un día tendrá que rendir cuenta de su vida. Y entonces su bienestar no contará, sino el amor que haya generado y ofrecido.
 
    No podremos cambiar sus mentes ni sus pensamientos, pero sí podemos rezar para que descubran la luz que les haga salir de sus propios egoísmos.