domingo, 11 de octubre de 2020

REVESTIDOS DE CRISTO

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No es cuestión de pertenecer a la Iglesia porque nuestros padres nos hayan presentado y pedido para nosotros el sacramento del bautismo. Ni tampoco por el hecho de ser invitados al banquete que nos da la vida eterna y que se nos anuncia en y con la Buena Noticia. Se trata de algo más profundo y sellado en nuestro corazón, tal es la respuesta comprometida a revestirnos de su mismo estilo de vida y, vivirlo, valga la redundancia, con la misma entrega y disponibilidad de amor.

Indudablemente, las palabras pueden quedar en palabras, o, por el contrario, pueden hacer crecer y madurar el corazón de donde escapan. De eso se trata, de aceptar la invitación, pero revestido de ese nuevo traje de fiesta que significa vivir en Xto. Jesús. Eso fue lo que ocurrió con aquel invitado que se presentó sin llevar el vestido adecuado. Ese vestido de la Vida de la Gracia que le configura con Cristo y que le compromete, de forma voluntaria y aceptada, a tener los mismos sentimientos que el Señor.

El hecho de estar invitados no nos garantiza la salvación, porque, aceptada tendremos que revestirnos de ese traje que Jesús nos pide. Un traje de unos sentimientos como los de Él y lleno de ternura, de amor y misericordia. Seguir a Jesús, o aceptar su invitación, no significa estar a su lado o seguirle mecánicamente y rutinariamente a donde Él va. Indudablemente que no, seguir a Jesús exige llevar su mismo ritmo y vivir con sus mismos sentimientos traducidos en obras. Obras de verdadero amor revestidas de gratuidad e incondicionalidad.

Nuestra garantía son las obras hechas con amor. Un amor que nace en Xto. Jesús y, revestidos de Él, se prolonga también en nosotros por la Gracia del Espíritu Santo. Porque, todos - buenos y malos -  serán invitados al Banquete de Vida y Felicidad Eterna, pero solo serán aceptados aquellos que lleven el  verdadero vestido de fiesta injertado en Xto. Jesús.