Mc 8, 2-13 |
El Tabor es el
detonante de nuestra fe. Al menos es un momento de gloria y esperanza. Conocer
de mano de Pedro, Santiago y Juan, testigos de esa Transfiguración de Jesús, su
Divinidad y su Gloria y la presencia, resucitados, de Moisés y Elías, nos debe
abrir los ojos y pensar, por pura razón lógica, que Jesús, ese que van a
crucificar, revelado por el mismo, va a resucitar. Nuestra fe a los pies de la
Transfiguración debe quedar fortalecida y confirmada. No perdamos la esperanza
y pidámoselo al Señor.
Sabemos de nuestra
terquedad y conocemos por los Evangelios que los apóstoles no se enteraban de
lo que Jesús les decía sobre su Resurrección. También nos sucede a nosotros
ahora. Muchos todavía no nos enteramos de quien es Jesús y obviamos, quizás sin
darnos cuenta, su Resurrección. No nos percatamos que si Jesús Resucitó,
también resucitaremos nosotros. Eso nos debe ayudar a no temer ese momento de
nuestra muerte. Quizás sí miedo al sufrimiento, pero nunca a la muerte.
Porque, la muerte
es la puerta del definitivo encuentro con Jesús. Y, por la Infinita
Misericordia de su Padre, de la que tanto Él nos ha hablado, seremos perdonados
si creemos en su Palabra y aceptamos ser perdonados. Porque el problema no es
que Dios, nuestro Padre, nos perdone, sino que nosotros no queramos recibir el
perdón. Es precisamente ese pecado, no perdonable, del que Jesús nos habla refiriéndose
al Espíritu Santo.
Tratemos de subir a nuestro propio tabor y contemplar a Jesús, el Señor, Resucitado. Esa será nuestra meta: Resucitar como Él y vivir eternamente en su Gloria. Amén.