sábado, 23 de marzo de 2019

REGRESANDO A LA VIDA

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Lc 15,1-3.11-32
Sin darnos cuenta la experiencia que da el tiempo vivido nos va descubriendo la verdad de la vida. Es verdad también que no aparece si realmente no hay esfuerzo, pero a poco que pongamos esfuerzo y buena actitud, de y por nuestra parte, los frutos empiezan a aparecer y a revelarnos el buen camino que nos lleva a la verdad.

Todos sabemos que la vida tiene un camino, y ese camino, valga la redundancia llega a un final. Final que abre la puerta del verdadero y único comienzo, porque, de todos es sabido, por lo menos al creyente, que la muerte no tiene la última palabra. Todo lo contrario, con la muerte se inicia la nueva Vida. La única y verdadera Vida Eterna, que será, según nuestros frutos, plena de gozo y felicidad, o todo lo contrario.

Nuestra experiencia nos va, poco a poco, descubriendo que en este mundo no está esa felicidad que buscamos. En primer lugar porque, este mundo se termina, y en segundo lugar, porque es un camino de perfección que necesita esfuerzo, trabajo, sufrimiento y todo tipo de experiencias que nos ayudan a crecer y a alcanzar esa perfección que es la meta de nuestra máxima aspiración -Mt 5, 43-48 -.

Nuestro camino es una lucha, un enfrentamiento a diario entre el bien y el mal con una sola esperanza, la victoria de la vida sobre la muerte. Y ese conocimiento te lo va dando la experiencia adquirida en el tiempo recorrido e injertado en el Espíritu Santo. Porque, nadie más te lo puede dar, pues no se encuentra en este mundo. El Reino de Dios no pertenece a este mundo - Jn 18, 36 - y, por lo tanto, aquí será vana nuestros esfuerzos por encontrarlo.

Hemos recibido al Espíritu Santo el día de nuestro Bautismo, el mismo que recibió Jesús en el Jordán enviado por el Padre y el que lo señala como el Predilecto y el amado. Nosotros también en ese día de nuestro bautismo somos señalados como enviados y amados por el Padre y enviados a proclamar la Buena Noticia de Salvación. 

El Evangelio de hoy nos habla del Amor Misericordioso del Padre, que nos atiende, nos da todo lo que tenemos y nos espera con los brazos abiertos para, según nuestra decisión y elección, devolvernos a la verdadera Vida. Esa Vida nueva que todos buscamos, aunque, sometida por nuestra naturaleza humana a los placeres y bienes de este mundo caduco y perecedero y que sólo se encuentra en la Casa del Padre.