Entre los
seiscientos trece preceptos que tenían los judíos la prioridad es el Amor. Esa
es la búsqueda de aquel escriba y la pregunta que hace a Jesús. Y la respuesta
del Señor no deja lugar a duda, la prioridad, no solo de la ley judía, sino de
toda ley es el amor. Un amor que se proyecta también en el prójimo. De suerte
que amar a Dios y al prójimo como a ti mismo es la prioridad del mandamiento de
Dios. Toda la Ley y lo Profetas están contenidas en esa manera de amar: a Dios y al prójimo como te amas tú.
De tal forma que
ambos amores se funden en uno solo. No podrás amar a Dios si no amas al
prójimo. Es decir, amas a Dios en la medida que ames al prójimo. O lo que es lo
mismo, si quieres amar a Dios tendrás que amar al prójimo. Nunca podremos
separarlos. Están íntimamente unidos de forma que hacen un mandamiento solo
hasta el punto de que cuando ames al prójimo estás amando al mismo tiempo a Dios.
No hay otro camino y, por experiencia sabemos lo que nos cuesta y lo difícil que es. Sobre todo cuando se trata del enemigo. Por tanto, creamos que si Dios nos lo manda es porque podemos lograrlo. Solo que la única forma es permanecer siempre y en cada instante unido al Señor para poder lograrlo. Y eso se logra pidiéndoselo. Amén.