Nos toca a
nosotros responder a esa llamada. Y esa ha de ser nuestra preocupación
constante, dar señales de que estamos bautizados y de que creemos en Jesús de
Nazaret, el Hijo de Dios Vivo. Y lo hacemos en la medida que tratamos y nos esforzamos
en vivir de acuerdo con la Palabra de Dios. Porque, eso se nota, se
transparenta y se contagia.
Y siempre
pendiente, porque no vamos solos, de que el Espíritu Santo, que está con
nosotros desde la hora de nuestro bautismo, nos asista, nos alumbre, nos
fortalezca, aumente nuestra fe y obre en nosotros el milagro de creer en la
Palabra del Señor y, en Él, anunciemos que Jesús Vive, que nos ama con
misericordia infinita y que nos trae la salvación por amor.
¿Cómo lo hacemos? Confiemos en el Señor, en su Palabra y en la acción del Espíritu Santo. Él, si ponemos lo que está de nuestra parte, nos alumbrará el camino y nos dará las pautas para que, con nuestra vida y obras, gritemos que Dios Vive y que es en el amor donde encontramos la verdadera felicidad eterna. Porque la Buena Noticia es esta: «El que crea y sea bautizado, se salvará»