| Mt 11, 11-15 |
—No entiendo lo que me
sucede —le comentó a Manuel, al calor de un buen café. Quiero cambiar. Me lo
propongo, pero siempre vuelvo al mismo lugar.
Manuel le miró
comprensivamente, dejó escapar una suave sonrisa y le dijo:
—No es nada fácil seguir al Señor. Su camino está marcado por la
renuncia, la disponibilidad y el dolor.
—¿Por qué el dolor? —dijo José Luis, frunciendo el ceño.
—Simplemente, porque cuando se ama, se sufre. El amor conlleva
misericordia, y la misericordia exige sufrimiento, compasión, perdón. ¿Has
visto a alguien que haya perdonado sin dolor?
—No había caído en eso —respondió José Luis con cara compungida.
—El amor, que vive en la verdad, descubre la mentira. Y la mentira es
causa de dolor y sufrimiento. Jesús nos ama y por eso ha dado su Vida por
nosotros. Seguirle es recorrer el mismo camino, y eso nos exigirá también
aceptar el dolor.
—Creo —dijo José Luis—, con gesto de resignación, que eso es lo que me
está sucediendo a mí. Detrás de ese dolor experimento consuelo, como si percibiera
que el Señor me abraza. Entonces siento que mi alma se llena de esperanza.
—Claro —comentó Manuel.
Jesús habla de Juan (Mt 11, 11-15) en esos términos y nos lo pone de ejemplo. Es
el último Profeta del Antiguo Testamento, que intenta preparar al pueblo para
la novedad de Dios.
José Luis miró complacido
a Manuel. Ahora, a pesar de sus muchos intentos fracasados, todo era diferente.
Ese era el camino que, marcado por el dolor, iba a un encuentro serio y
profundo con el Señor.
Entonces, Manuel, con
una expresión afable, dijo:
—A Juan le sucede Jesús,
que anunciará al Dios de la compasión que se apiada de sus hijos más pequeños y
que se nos regala completamente para que también nosotros vivamos de la
donación y la gratuidad.
De la penitencia a la
celebración; del temor a la confianza: entre Juan y Jesús hay un paso, pero
también un abismo. Los hijos del Reino han recibido más vida que la que Juan
pudo nunca reconocer.