jueves, 11 de diciembre de 2025

EL ÚLTIMO PROFETA

Mt 11, 11-15
    José Luis quería cambiar de vida. Sabía que ese no era el camino, pero por mucho que lo intentaba, siempre fracasaba. Llegó a pensar que, al menos para él, era un objetivo imposible. Sin embargo, experimentaba ese deseo de conversión. Creía en la Palabra de Jesús y sentía ese deseo de seguirle.

    —No entiendo lo que me sucede —le comentó a Manuel, al calor de un buen café. Quiero cambiar. Me lo propongo, pero siempre vuelvo al mismo lugar.

    Manuel le miró comprensivamente, dejó escapar una suave sonrisa y le dijo:

   —No es nada fácil seguir al Señor. Su camino está marcado por la renuncia, la disponibilidad y el dolor.
    —¿Por qué el dolor? —dijo José Luis, frunciendo el ceño.
   —Simplemente, porque cuando se ama, se sufre. El amor conlleva misericordia, y la misericordia exige sufrimiento, compasión, perdón. ¿Has visto a alguien que haya perdonado sin dolor?
    —No había caído en eso —respondió José Luis con cara compungida.
    —El amor, que vive en la verdad, descubre la mentira. Y la mentira es causa de dolor y sufrimiento. Jesús nos ama y por eso ha dado su Vida por nosotros. Seguirle es recorrer el mismo camino, y eso nos exigirá también aceptar el dolor.
   —Creo —dijo José Luis—, con gesto de resignación, que eso es lo que me está sucediendo a mí. Detrás de ese dolor experimento consuelo, como si percibiera que el Señor me abraza. Entonces siento que mi alma se llena de esperanza.
    —Claro —comentó Manuel. Jesús habla de Juan (Mt 11, 11-15) en esos términos y nos lo pone de ejemplo. Es el último Profeta del Antiguo Testamento, que intenta preparar al pueblo para la novedad de Dios.

    José Luis miró complacido a Manuel. Ahora, a pesar de sus muchos intentos fracasados, todo era diferente. Ese era el camino que, marcado por el dolor, iba a un encuentro serio y profundo con el Señor.

     Entonces, Manuel, con una expresión afable, dijo:

    —A Juan le sucede Jesús, que anunciará al Dios de la compasión que se apiada de sus hijos más pequeños y que se nos regala completamente para que también nosotros vivamos de la donación y la gratuidad.

    De la penitencia a la celebración; del temor a la confianza: entre Juan y Jesús hay un paso, pero también un abismo. Los hijos del Reino han recibido más vida que la que Juan pudo nunca reconocer.