miércoles, 15 de mayo de 2019

LA PALABRA JUZGA LOS ACTOS DE MI VIDA

Resultado de imagen de Jn 12,44-50
Jn 12,44-50
El hombre busca respuestas a la vida y va abriéndose camino. En estos momentos el cambio que se opera y se constata en el mundo preocupa al hombre. Hablamos del camibo climático. Pero, al parecer sólo preocupa a unos cuantos. Las grandes empresas y los gobernantes, a pesar de ser consciente de lo que está sucediendo, no cambian el rumbo de la economía ni de la producción. Y ese gran consumo está deteriorando el mundo.

¿Qué es lo que ocurre? La cuestión se esconde en que algunos, precisamente los que dirigen el mundo, están sólo preocupados en sus propios intereses. La riqueza, el poder y sus propias ambiciones les impiden actuar en el bien de todos. Y mientras unos disfrutan y se benefician, el mundo va camino de resquebrajarse y destruirse. Con ellos perderemos todos los que en él vivimos. Tanto los responsables como los que no lo son.

En ese contexto, ya desde los tiempos antiguos, porque todo ha sido un proceso, viene Jesús al mundo y trae la Luz. No una luz como la de los hombres, sino una Luz que alumbra a todos por igual y busca, no el bien de unos cuantos, sino el bien de todos. Mientras los hombres tratan de responder a las necesidades, no de todos, sino la de unos cuantos privilegiados, Jesús trae la Luz que alumbra para el bien de todos. Tanto  de los débiles como de los fuertes; tanto de los ricos como de los pobres.

Jesús piensa en el sufrimientos de todos y responde a las necesidades e interrogantes de todos. Su Vida ilumina al mundo, porque trae paz frente a la violencia; trae justicia frente a las injusticia; trae amor frente al odio; fraternidad frente a la necesidad; trae servicio frente a la opresión, sometimiento y dominio. Por lo tanto, Jesús responde a todo lo que los hombres y las mujeres buscan. Jesús es la respuesta a todas las iniciativas y propuestas de los hombres que, heridos y tocados por el pecado en su naturaleza humana, terminan por engañarse y enfrentarse unos con otros.

Por eso, rechazar su Palabra es oponerse al bien de todos, al bien del mundo. Es sufrir las consecuencias que estamos observado y experimentando ahora en este mundo que vivimos. Podríamos proclamar, sin temor a equivocarnos, que no seguir la Palabra que Jesús, enviado por el Padre, nos propone, es ir a favor de destruir este mundo en el que vivimos. Excluir a Jesús de nuestra vida es dejar paso y abrir la puerta a l violencia, a la injusticia, a la mentira, a los enfrentamientos, a las guerras, al odio, a la muerte, al sufrimiento al hambre y a la destrucción. Y una pregunta, ¿no está pasando realmente eso?