Somos humanos y, en consecuencia apegados a lo humano.
Es decir, somos de la tierra y apegados a la tierra. En otras palabras, nuestro
pecado es tener un corazón endurecido y apegado a lo materialmente humano.
Necesitamos levantar nuestra mirada y pasar de lo humano, material y terreno a
lo trascendente. Dios, nuestro Padre, está en lo alto, y quien viene de lo alto está por encima de todo.
Y sucede que cuando levantas tu mirada con un sentido
trascendente, tu vida cobra sentido, y tu esperanza renueva la alegría de tu
corazón. Es un nuevo nacer al gozo y felicidad de vida eterna a la que estamos
llamados. Todo lo de aquí abajo, termina aquí abajo. Es caduco y finito.
Jesús nos trae la Palabra del Padre, su anuncio nos revela el Amor Misericordioso del Padre que da al Hijo la potestad de decirnos: (Jn 3,31-36): El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra … El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.