viernes, 6 de noviembre de 2020

ILUMINA, SEÑOR, MI ESPÍRITU

 

Necesito ver. Ver lo importante que es esta vida para lograr la otra. En muchos momentos, en el silencio de los primeros instantes, antes de alcanzar el sueño, me pregunto, ¿quién eres, Señor?, y me sobrecoge el santo temor de la grandeza de tu misterio. ¿Cuál es tu poder, Señor, que te has creado a Ti mismo y has creado todo lo que mis ojos ven y todo lo que también se le oculta? Y la realidad me descubre que no es un sueño, que yo existo y que Alguien me ha creado y que te llevo impreso en mi corazón.

Es obvio que hemos recibido la capacidad de discernir y de razonar. Somos seres -a diferencia de los animales -  inteligentes y debemos emplear esa inteligencia para lo verdaderamente importante. Porque, todo lo de este mundo tiene valor cuando se utiliza y se dirige para conseguir lo que nos espera en el otro. Pues, sabido es que si lo gastamos para éste, aquí muere todo. Y el riesgo que tomamos nos supone perder la felicidad eterna que nos ha sido prometida. Y eso es muy grave, pues, hablamos de eternidad sin esperanza de felicidad.

¿De qué me vale ganar el mundo si pierdo lo que realmente busco? Porque, supongo que tú y también yo buscamos lo mismo. Es decir, la felicidad eterna en plenitud. Y ya es hora que descubramos que en este mundo no está. Observamos como nuestro tiempo se acaba en este mundo y, durante los años que pasamos aquí, nuestra felicidad no es plena. Es más, pasamos muchas penurias y sufrimientos. Evidentemente, aquí no está.

Por tanto, ¿cómo es posible que no utilices tu inteligencia y astucia para indagar, discernir y buscar la forma de ganar la Vida Eterna? Esa es la cuestión que hoy te plantea - nos plantea - el Evangelio. Termina Jesús diciendo: «El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».