El ayuno era una práctica muy frecuente en los tiempos de Jesús. Ayunaban los discípulos de Juan y de los fariseos, y éstos se extrañan de que los discípulos de Jesús no ayunen. En ésta tribulación le preguntan a Jesús el motivo por el que sus discípulos no ayunan, y Jesús les responde: «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar. Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en aquel día».
No es de sentido común que cuando se está en la presencia de Jesús la actitud sea de alegría, de paz y de fiesta. Porque, Jesús es el Señor, es el Camino, la Verdad y la Vida. ¿Cómo se puede estar en ayuno, triste o con sacrificios. El Señor está con nosotros y su sola presencia nos llena de paz y de alegría. Con Jesús llega una nueva vida que comienza en el instante de nuestro bautizo.
Por eso, Jesús también les dice: «Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos»
El Reino de Dios está presente en cada uno de nosotros, porque el Mesías, el Señor está con nosotros. El Hijo de Dios se ha encarnado en naturaleza humana y su Espíritu está presente en nuestras vidas. No es momento de ayuno sino de alegría y entusiasmo. Llegará el momento, la hora de la tribulación, de la tentación y del sacrificio, y para eso y en esa hora será necesario el ayuno y la mortificación.
Pero, se trata de una vida nueva a la Vida de la Gracia. Es momento de entusiasmo y alegría, pues el Señor está presente y se manifiesta en cada Eucaristía dándosenos, bajo las especies de pan y vino, en su Espíritu. Y alimentando nuestras fatigas, nuestro cansancio y fortaleciéndonos para continuar fielmente nuestro camino.