domingo, 2 de abril de 2017

PIENSAS QUE TODO FUE PREMEDITADO

(Jn 11,1-45)
Deduces, después de leer el Evangelio de hoy, que Jesús dejó pasar unos días, para que, muerto Lázaro, su amigo, su resurrección fuera signo y testimonio para Gloria de Dios. Todo lo ocurrido parece indicar esto. Y, realmente es así. La resurrección de Lázaro es un acontecimiento sorprendente y un signo de la Divinidad y el Poder de Jesús, el Hijo de Dios.

Lo normal y lógico es que el Evangelio termine diciendo lo que dice: Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en Él. Y es que no queda otra salida ni alternativa. Ante el hecho de la resurrección sólo queda decir "amén".

Por eso, se hace ininteligible e incomprensible que no se reconozca a Jesús como el Hijo de Dios, porque dar la vida a quien la ha perdido es solo un poder sobrenatural atribuido a Dios. Y nos llena de esperanza este esperanzador, valga la redundancia, pasaje evangélico donde Jesús, para Gloria de Dios, resucita a su amigo Lázaro. Pero, también, nos interpela y nos cuestiona nuestra fe. Igual que a Marta y María, Jesús nos pregunta por nuestra fe. Quiere llamarnos la atención y cuestionarnos nuestra fe.

Realmente, ¿creemos en Jesús, el Señor? ¿Y creemos que Él es la Resurrección y la Vida? Eso nos pregunta Jesús también a nosotros hoy, y también nos responde: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo». 

Y no sólo se queda en palabras y promesas, sino que con la resurrección de Lázaro nos deja su testimonio y el cumplimiento de su Palabra. ¡Sí, Señor, confesamos que Tú eres el Hijo de Dios Vivo, el Cristo que había de venir y que Vives y estás entre nosotros!