Posiblemente, y
deduciendo tras leer este Evangelio, yo no he tenido todavía un encuentro fuerte
y real con Jesús. Y digo esto porque, pienso, a no ser que esté equivocado, cosa
normal en mí, que mi vida no ha sufrido un cambio radical.
Sin embargo, es
posible que ese cambio que yo espero o entiendo, no sea el que me imagino o el
que creo debe ser. Quizás, el cambio no se note tanto como yo creo, y sea más
sencillo de lo esperado. Un cambio de actitud, apoyado en el amor y la
misericordia de Dios, respecto a mi relación con los demás; a mi relación con
mi trabajo; a mi relación con mi familia, mi parroquia, mi círculo de amigos …etc.
María, Madre de
Dios y Madre nuestra, me puede enseñar mucho. Mirándola, observo que fue muy
sencilla; que aparentemente no hizo gran cosa; que apenas se nombra en los
Evangelios; que no parece que hizo nada relevante. Simplemente, fue la joven humilde,
callada, silenciosa que Dios eligió para que fuese la Madre de su Hijo. Y
simplemente ella aceptó poniéndose a disponibilidad de la Voluntad del Señor: «Eh
aquí la esclava del Señor, hágase su Voluntad».
Y eso fue lo que
hizo en su vida, cumplir la Voluntad del Señor en la cotidianidad de su vida, y
realizando su papel de Madre y esposa de José, su marido. Y tal fue su
recorrido que, fiel a su papel de Madre, estuvo con su Hijo hasta la cruz.
Quizás para cada uno de nosotros, seguir al Señor, será, como María, ponernos en disposición de hacer la Voluntad del Señor, sin muchas pretensiones sino con la disponibilidad de hacer su Voluntad contando con la asistencia del Espíritu Santo que hemos recibido en la hora de nuestro bautismo.