domingo, 10 de diciembre de 2023

TRAS EL DESIERTO, NUESTRA ESPERA SE FORTALECE Y MADURA.

Supongo, y lo creo ciertamente, que todos, o al menos muchos, han vivido la experiencia del desierto. Un desierto que se nos presenta en momentos de nuestra vida cuando nos exige crecer, avanzar, superar obstáculos y madurar. Todos, o casi todos, hemos pasado por las etapas escolares, infantiles, juventud, adolescencia y madurez. Y hemos tenido muchas crisis, momentos de experimentarnos fracasados, frágiles, desanimados… Desiertos que al final de superarlos nos han fortalecidos.

No cabe duda de que tras el desierto viene el fruto, que madurado, da y construye hermosas prebendas de amor y misericordia. Frutos que incluyen deseos de compartir, de anunciar y de proclamar que el Amor y la Misericordia del Mesías que es anunciado por Juan está ya entre nosotros. Frutos que solo podemos saborear y degustar desde nuestra propia experiencia de desierto.

Porque es en el desierto de nuestra vida – silencio y escucha – donde podemos encontrar el camino de conversión, que empieza con Juan, pero que se consolida con el Espíritu Santo que nos trae nuestro Señor Jesús.

¡Qué importancia la de nuestro bautismo! En él recibimos al Espíritu de Dios que nos allana el camino, nos fortalece nuestro espíritu y nos asiste en el camino de nuestro propio desierto hasta madurar y encontrarnos con el único y verdadero Camino, Verdad y Vida. Y eso es Adviento, camino de conversión y espera desde el desierto de nuestra circunstancias, nuestra situación y nuestro momento.

Nunca desesperemos y nos exijamos más de lo que realmente somos y podemos dar. Siempre abiertos a la acción del Espíritu Santo, porque será Él quien realmente nos exija, nos asista y nos lleve a ese camino de conversión. Realmente es el único que sabe lo  que podemos hacer y dar.