Lc 10,38-42 |
La
segunda opción no te eximirá de los mismo problemas y tentaciones. Pero, con
una gran diferencia: Tienes al Señor, por medio de la oración, contigo. Le
abres tu corazón, por la oración, para que Él more dentro de ti y, por
supuesto, estás auxiliado por su Gracia y, abierto también a la acción del
Espíritu Santo que has recibido en la hora de tu bautismo.
Para eso ha bajado el Señor, para revelarnos la compañía de nuestro Padre Dios. Nos anuncia su Amor Misericordioso y su cercanía a través de el mismo. Quien le recibe a Él recibe al Padre. Y quien está con Él está con el Padre. Por tanto, nuestra unión – a través de la oración – con el Señor nos lleva a la intimidad también con el Padre. Pues, por Jesús vamos al Padre. De manera que, siendo necesario las cosas de este mundo, lo primero y más importante es nuestra unión con el Señor a través de la oración y la Eucaristía. Todo lo demás, sin perder su importancia y necesidad, es secundario.
—Si
no voy unido al Señor, por la oración, el mundo, demonio y carne terminan por
vencerme y desviarme del camino hacia mi Padre Dios —puntualizó Manuel.
—Creo
que es cierto y estoy de acuerdo con lo que dices —respondió Pedro. Si no nos apoyamos
en el Señor, perdemos su contacto, su Palabra y terminamos sometidos al mundo.
—Sí,
la oración y la Eucaristía es el vínculo que nos mantiene juntos y unidos al
Señor. Y, en eso, la parroquia – comunidad – nos puede ayudar mucho.
Ambos amigos habían descubierto la necesidad imprescindible de la oración. Como María habían elegido la mejor opción, la de caminar junto y en atenta escucha a la Palabra del Señor.