Esa es nuestra
confianza y de donde brota nuestra fuerza. Aparentemente podemos pensar que el
mundo, demonio y carne conseguirán la victoria sobre la fe en Jesús de Nazaret,
el Señor e Hijo amado y predilecto del Padre. Eso parece que se va fraguando en
el mundo que vivimos hoy, por la fe, nuestra fe se apoya en la esperanza del
Infinito Amor de Dios y de su Palabra: (Mt 16,13-20): En
aquel tiempo, al llegar a la región de Cesárea de Filipo, Jesús hizo esta
pregunta a… Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella…
En esa Palabra
ponemos todas nuestras esperanzas y de ella sacamos toda la fuerza para vivir el
amor, precisamente a esos enemigos que tratan de poner el mundo patas arriba y de
espaldas a su Creador. Nuestra plena confianza en el Señor nos irá
transformando y fortaleciendo hasta el punto de resistir esas amenazas y
tentaciones con las que los enemigos del alma – mundo, demonio y carne – tratan
de seducirnos.
Y es precisamente
en la Iglesia donde encontramos esa fortaleza para no dejarnos vencer ni
permanecer caídos. Conscientes de nuestras debilidades y caídas sabemos que por
la Misericordia Infinita de Aquel que ha entregado su Vida por la nuestra
estamos redimidos y salvador. Y en ella encontramos el perdón de nuestros
fallos y pecados para levantarnos y perseverar.
Pedro nos da testimonio y ejemplo para confiar en esa mirada misericordiosa del Señor y nos fortalece para no desfallecer y sostenernos firmes en la fe de su Palabra. Por eso, a pesar de las derivas del mundo y de lo mal que pueda parecernos, sabemos que un día todo será puesto bajo el poder y a los pies del Señor, Rey del Universo.