Ante la
pregunta, ¿por qué muere el Hijo de Dios?, no encuentro otra respuesta que la
de: «Por Amor». Un Amor con mayúscula, gratuito y
misericordioso, porque no se puede entender de otra manera. Su Vida fue
presentada para eso, para pagar por todos nuestros pecados, y para, con su
muerte, merecer para nosotros nuestra salvación.
Y ante
tal acontecimiento, cruento y desgarrador, no encuentro respuesta ni puedo, por
mucho que me empeñe en comprenderlo. Todo es amor y misericordia de ese Padre
Dios, encarnado en Naturaleza Humana, que nunca podremos merecer, y menos
pagar. Luego, ¿por qué, Señor, has elegido ese camino tortuoso, sacrificado y
cruento de sufrimiento para redimirnos?
Mi
esperanza está puesta en que algún día, por la Gracia de Dios, y en su
presencia, lo pueda entender. De cualquier modo, la realidad es esa, somos
salvados porque Dios, por su Amor Infinitamente Misericordioso ha decidido
salvarnos. Nos ha creados para ser eternamente felices, y, dándonos libertad,
ha decidido que colaboremos con Él para ganarnos – por decirlo de alguna manera
– ese inmenso regalo de gozar de su presencia eternamente.
Nos disponemos en estos días a vivir ese Triduo Pascual del paso de la muerte a la vida que el Señor nos regala misericordiosamente. Empezamos con el domingo de ramos, donde damos la bienvenida al Señor, para luego, por nuestros propios pecados, darle la espalda. ¡Señor, por tu Gracia, ayúdanos a que cada día nuestra fe sea más grande, profunda y firme en tu Palabra y en tu Amor Misericordioso. Amén.