Por nuestra propia naturaleza queremos respuestas inmediatas y felicidad, por supuesto, inmediata. Pero la felicidad que nos ha sido prometida, y que es la verdadera, no se ve de forma inmediata. Necesita un proceso de prueba y de conversión, que, como todas las cosas que cuestan, necesita esfuerzo, trabajo, sacrificio y mucho, mucho amor.
Esa es la prueba más importante y necesaria: "El amor". Sin él nada somos, y sin él nada conseguiremos. Podemos hacer muchas obras y cosas extraordinarias, pero si no están embadurnadas de amor puro y sincero, de nada nos va a valer. El amor todo lo puede, y será él quien nos salvará del sufrimiento y la infelicidad eterna.
Considero interesante esta reflexión que transcribo a continuación porque me parece que nos puede ayudar a plantearnos qué objetivos nos planteamos y buscamos. Sin más paso a exponerla.
Vieron el cielo por un rato y querían quedarse
Meditaciones del Rosario. Cuarto Misterio de la Luz. La Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor 
Autor: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net   
Les hizo ver el cielo por un rato. Querían quedarse allí  para siempre, pero no era aún el momento. En el cielo querremos  quedarnos para siempre, y será verdad, y será posible.
Los  condenados querrán ir al cielo por un rato al menos, y no irán ni  siquiera por un rato. ¡Qué mal se está aquí! Pero allí se quedarán  eternamente, en el lugar donde no se ama y donde la infelicidad ha  puesto su morada eterna. ¡Qué bien se está aquí! Cuando uno dice eso es  porque lo siente. 
Aquellos tres apóstoles se decían a sí mismos y  nos decían a nosotros: ¡Qué bien se está en el cielo! Todos los santos  han tenido una experiencia semejante a la del Tabor, es decir, han  gustado anticipadamente el cielo. Y todos han dicho lo mismo: ¡Qué bien  se está aquí...!San Pablo: “Tengo por seguro que...” Santa Teresa; “Vivo sin vivir en mí y tan alta  vida espero, que muero porque no muero”. San Ignacio de Loyola: “¡Qué  miserable me parece la tierra cuando contemplo el cielo!” La aparición  sirvió para fortalecerles en el momento de la prueba. En los momentos de  dificultad y de dolor conviene recordar los momentos de luz. Las  dificultades y problemas duran sólo esta vida, la felicidad del cielo  nunca termina. Todos necesitamos esta motivación, este ángel de luz que  nos sostenga en medio del dolor. Jesús quiso necesitarlo o simplemente  lo necesitó en el supremo dolor, cuando sudaba sangre en Getsemaní.  Quiso tener en la hora de su muerte a María como un nuevo ángel que le  ofrecía su amor y su presencia para resistir hasta el final. Con cuanto  mayor razón necesitamos nosotros la presencia de ese ángel. 
Dios  se ha adelantado a dárnoslo en María Santísima, el mismo ángel que a Él  le consoló como nadie en este mundo. Cuando uno experimenta a Dios tan  intensamente, lo demás desaparece. Se quiere únicamente ser de Dios. Ser  de Dios felizmente y para siempre. ¡Quién pudiera decirlo, sentirlo y  que fuera verdad!: Soy de Dios, pertenencia suya, nada mío, todo de Él,  esclavo, siervo, hijo, consagrado. 
Los santos lo saben, lo  empezaron a saber desde este mundo, desde que se despojaron de sus ricas  ropas y se vistieron el sayal del siervo. “Mi Dios y mi todo”, es una  frase que decían en un suspiro de amor. Todos los santos han subido al  Tabor desde este mundo, y antes de subir al Calvario. “Este es mi Hijo  amado; escuchadle”. ¡Con qué amor diría el Padre estas palabras! Con  parecido amor dice de los buenos hijos: “Éstos son mis hijos predilectos”: Los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Sed  santos. 
Todos los caminos se han recorrido en busca de lo mismo:  la felicidad; y de todos han vuelto sin respuesta muchos, muchísimos  hombres; sólo los santos nos han dicho algo diferente: “no me  arrepiento”. Luego, ¿han hallado lo que otros no? Tal parece. Son  felices. Y, ¿por qué?. Porque han servido al mejor Señor que los ha  convertido en reyes; porque han salido de su cueva a mejorar el mundo;  han amado a su prójimo, han dejado atrás su sucio egoísmo, han vivido de  fe y amor; han luchado duramente por mejorar su mundo, la han hecho más  pura, más fuerte, más generosa; éstos son los felices. Quién lo  creyera, porque han quebrado y hecho pedazos todas las reglas de la  lógica humana: Han matado su vida para vivir. “El mundo espera el paso  de los santos” -dijo un sabio, Pablo VI-, porque los demás arreglan, si es que arreglan, los problemas  materiales: pan y circo; pero el hombre requiere de curación para su  alma, doctores del alma que sepan manejar la medicina celestial: Los  santos la tienen y la dan; dan y, con Dios, la paz íntima, el por qué de  la vida y de todo el peregrinar humano; ofrecen fortaleza y amor. Ellos  mismos, con su ejemplo, ofrecen un estímulo a superarse, a elevarse del  barro para volar a las alturas. 
"Escuchadle". No escuchéis a  los falsos profetas, no sigáis la voz del tentador que os presenta la  felicidad en forma de drogas, sexo desenfrenado, borracheras, dinero,  poder... 
"Escuchadledesobediente obedece a sus  pasiones, a sus caprichos, hasta el punto de decir: “He aquí el esclavo  del pecado, de los vicios. Hágase en mí según vuestros mandatos” Dios  dice a los tres apóstoles: 
"Escuchadle". Se lo dice en buena  forma. Tiempo habrá en que la dura claridad de sus palabras se convierta  en encrucijada de salvación o condenación. “Vayan por todo el mundo y  proclamen la buena noticia a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará; pero el que no crea se condenará”.  Mc.16,15-16
 
