Mt 9,14-15 |
El ayuno siempre es necesario, porque nos prepara para tener equilibrio y dominarnos ante nuestras propias pasiones y apetencias. Los médicos nos manda a ayunar de ciertas cosas para estar en forma y tener una salud óptima y más cuidada. Y entre los judíos, el ayuno, era un rito de purificación y un medio para dominar los instintos gastronómicos y otras pasiones a las que estamos inclinados.
Sin embargo, ahora con la llegada de Jesús la cosa cambia. Él es nuestro ayuno, porque de y con Él toda nuestra vida se ve fortalecida y animada para seguirle e imitarle. Él es nuestra fuerza para vencer nuestras apetencias e instintos. Por eso, necesitamos estar a su lado, porque Jesús nunca se ha ido. Está entre nosotros, sobre todo entre aquellos que lo llaman y que se reunen entorno a él. Él es nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida.
Por eso, está claro, necesitamos la oración, que nos une íntimamente con Él y nos da fortaleza para no desfallecer y seguir adelante. Y, por experiencia lo sabemos, dar y darse exigen un esfuerzo al que el ayuno nos puede ayudar y preparar. Todo esfuerzo cuesta trabajo, pero cuando nos esforzamos descubrimos que detrás de él se encuentra el gozo y la felicidad.
Cuando miras para ti solamente encuentras en tu interior un vacío que, lejos de satisfacerte, te agría el espíritu y te entristece. Es mejor darte y esforzarte en vivir el esfuerzo penitencial que te vigoriza y te prepara para la lucha de cada día contra tus propias pasiones y apetencias. Vivamos en esa actitud y confiemos que el Señor nos acompaña y está con nosotros. Pongamos nuestra voluntad en sus Manos.