viernes, 11 de marzo de 2022

PERDONAR COMO DIOS NOS PERDONA


Es de sentido común que, si pido perdón, también lo dé yo. Porque, lo que no es correcto es que yo sea perdonado y, luego, no perdone. Por eso, entendemos que no podemos presentarnos delante de Dios suplicándole perdón cuando nosotros no perdonamos a nuestros deudores. Incluso, también a los que nos ofenden. Y es que Dios nos perdona todas nuestras ofensas y pecados. Ahora, ¿cómo no vamos nosotros a perdonar a los que nos han ofendido? ¿Con qué cara nos vamos a presentar delante de Dios? Está claro que, para hablar con Dios necesitamos perdonar a nuestros hermanos en la fe.

Dios nos ha creado para la vida – vivir eternamente en gozo y plenitud – y quiere que todos sus hijos gocen de esa Vida Eterna. Él es la Vida, la Verdad y el Camino. Vida en abundancia y felicidad y, fuera de Él, no hay nada, vacío y perdición. Por eso, nuestro Padre, que nos conoce, deja la puerta abierta de su Infinita Misericordia y nos perdona, dándonos siempre la oportunidad de levantarnos y volver a Él. La parábola del hijo pródigo es un hermoso ejemplo de como nos quiere y nos perdona nuestro Padre Dios.

Sin embargo, nuestro Padre Dios quiere que decidamos nosotros. Nos ha creado en libertad y nos toca a nosotros decidir. Ya en el – Deuteronomio 30, 15 – nos pone esa posibilidad y quiere que, en plena libertad, le respondamos. De tal forma que, la Misericordia con la que hemos sido tratados por Él, también la tengamos nosotros con los demás, amigos y enemigos, creyentes y no creyentes.

¿Se nos hace difícil, hasta el punto de que nos parece imposible? Sí, es evidente. Nuestra naturaleza es débil y sometida al pecado. Jesús, el Señor, viene precisamente a liberarnos, y esa es la clave, abrirnos a su Misericordia y Palabra. Entonces, seremos fuertes y capaces de perdonar. Incluso a nuestros enemigos. Partimos de que no vamos solos. Desde la hora de nuestro bautismo hemos recibido al Espíritu Santo. El mismo que recibió Jesús en el Jordán a la hora de su bautismo. Y, en, con y por Él seremos fuertes y capaces de que, nuestro corazón se transforme en un corazón humilde, comprensivo, paciente, suave y bueno. Recordemos la necesidad de ser persistentes y perseverantes tal y como reflexionábamos el otro día.

No perdamos de vista que nunca podríamos ser recibido por nuestro Padre Dios si antes nosotros no recibimos misericordiosamente a nuestros hermanos. Esa es la condición, que no es otra que el amor. Amar a Dios y amar al prójimo. Sin el segundo no se puede vivir el primero. Claro como el agua y necesario la acción del Espíritu Santo.