viernes, 28 de abril de 2023

UN AMOR PLENO

Todos, o casi todos, hemos experimentado los efectos y consecuencias de estar enamorados. Perdemos la noción del tiempo y la vida nos parece hermosa y apasionante. Deseamos que no se acabe nunca y gozamos con la sola presencia del ser amado. Es algo tan hermoso que nos llena plenamente. Y algo tan grande y hermoso no puede ser efímero y acabar. Debe ser duradero y eterno. Al menos eso es lo que desearían todos los enamorados y lo que expresan y manifiestan todas las historias de amor, de verdadero amor.

Porque el amor que termina no es verdadero. Es un amor fundado en la pasión, en el deseo, en el interés y en el propio egoísmo. Claro, ese amor si tiene el tiempo contado. Su fin llega desde que desaparezca la pasión y con ella el deseo, o acabe el interés y el egoísmo busque nuevas satisfacciones.

Es evidente que los discípulos de Jesús no estaban en esa tesitura con respecto a Jesús. No habían experimentado ese amor pleno que Jesús les daba con su Vida y sus Obras. Quizás lo que les mantenía a su lado era el deseo de tener un puesto privilegiado en ese Reino del que le oían hablar a Jesús. Los de Zebedeo lo reflejaron meridianamente.

Jesús, con su Vida y Obras, nos presenta y anuncia como es el Amor del Padre. Un amor pleno, entregado, dado enteramente hasta el extremo de ofrecer a su Hijo en una muerte de cruz. Un amor que no solo supera y está por encima de lo superficial sino que penetra hasta lo más profundo del corazón. Un amor que se hace vida y alimento para dar vida eterna.

Es evidente que si se hubiese entendido ese amor infinito misericordioso, muchos discípulos al oír hablar a Jesús no se hubiesen marchado. Porque, su muerte es el paso para luego sacramentalmente continuar dándose como alimento espiritual y esperanza de Vida Eterna. Sintoma de que muchos no le entendieron lo manifiestan sus retiradas. Y los que permanecieron a su lado no fue por entenderlo sino porque aún sin entender creyeron en Jesús.

Algo así nos puede estar pasando a nosotros hoy y ahora. Seguimos en el camino a pesar de muchas dudas, tentaciones, adversidades, incomprensines y malos testimonios incluso dentro de la propia Iglesia. Pero seguimos, y esa es nuestra fuerza y esperanza. El Espíritu nos mantiene y nos fortalece y cada paso adelante es una batalla ganada que afirma y fortalece nuestra fe.