jueves, 22 de agosto de 2024

BUSCAN LA FELICIDAD, PERO NO SABEMOS DÓNDE NI CÓMO

Al empezar a leer este pasaje evangélico y encontrarme con la parábola del rey que celebraba la boda de su hijo, no pude evitar el pensar que la vivimos realmente en este momento, y, diría, que siempre. Muchos, buscando la felicidad, nos perdemos en el camino sin saber dónde ni cómo podemos encontrarla.

Desoyendo la invitación de Dios – el Rey de la parábola – y pensando que nuestros objetivos e intereses son más importante que asistir ahora a un banquete de boda, buscamos en nuestro trabajo, en nuestros intereses, en nuestras ideas y objetivos, satisfaciendo nuestras pasiones y egoísmos, esa felicidad que anhelamos. Y damos la espalda a ese Rey – Dios nuestro Padre – que nos invita al Banquete de Vida Eterna.

Y eso, hermanos en la fe, y también los que así no se consideran, está sucediendo en este momento de tu vida y la mía. Dios, nuestro Padre, nos invita con una Paciencia sin límites, y un Amor Misericordioso Infinito, a que acudamos a Él, a que nos  revistamos de ese traje de la Gracia, que Él nos regala gratuitamente, y participemos del Banquete que nos trae su Hijo, nuestro Señor, dándonos a comer su Cuerpo, y a beber su Sangre, para que, en Él, alcancemos la plenitud de gozo y felicidad de Vida Eterna.

Mientras, ¿qué respondemos nosotros? Posiblemente muchos ni hacemos caso; otros miramos para otra parte y elegimos las cosas de este mundo, y otros, quizás los menos, tratamos de prepararnos, revestirnos de ese traje de fiesta – la vida de la Gracia – y acudir a invitación a ese Banquete de Vida Eterna.

Nunca debemos perder de vista que, sólo revestido de ese traje de fiesta podemos asistir a ese Banquete. Y eso empieza por nuestro bautismo, y termina, en la frecuencia de nuestra vida, en el frecuente alimento del Pan de Vida – Eucaristía – y en la Misericordia Infinita de nuestro Padre Dios, que nos perdona en el Sacramento de la reconciliación. En ellos cargamos nuestras pilas de la Gracia para renovarnos y llevar siempre ese traje de fiesta que nos hace hijos de Dios y herederos de su Gloria.