Es evidente que la
actitud de los magos de oriente simboliza de alguna forma la actitud de toda
persona de buena voluntad. Sí, realmente las hay, y son precisamente esas
personas las que encarnan la búsqueda honestamente la verdad y la vida, y las
buenas intenciones fraternas que se esconden en el verdadero amor.
Sin embargo,
sucede que en otros no se produce esta actitud. Otros buscan permanecer
instalados en sus comodidades, su poder y ambición, y la sospecha de alguien
que le amenace o le sugiera el cambio hacia el bien, la verdad y lo justo les
inquieta, les molesta y lo sienten como una amenaza. Su reacción es, por tanto,
de quitarlo del medio. Fue esa precisamente la reacción de Herodes. Muy
diferente a los de los Magos de Oriente.
En esta línea,
también nosotros nos podemos preguntar: ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Estamos en
la línea de los Magos de Oriente, o, por el contrario, escogemos la postura de Herodes?
Ahí nuestra disyuntiva: ¿Adoramos al Niño Dios o buscamos borrarlo de nuestra
vida?
La escena de la adoración de los Reyes Magos esconde esa doble actitud. Una, decidida, creyente y confiada en la Estrella que nos guía, quizás para nosotros el Espíritu Santo que recibimos en nuestro bautismo, y con la cual nos postramos ante el Niño Dios, nuestro Señor Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, o una incrédula actitud egoísta, soberbia y avariciosa de ser nosotros nuestros propios reyes y arrancar de nuestro corazón esa impronta que nuestro Dios ha sembrado en nosotros.
¡FELICES REYES!