| Lc 14, 25-33 |
Nadaba en la abundancia y gozaba de buena salud. Lo
tenía todo, tal y como dice la canción: “Tres cosas hay en la vida: salud,
dinero y amor; y el que tenga esas tres cosas, que le dé gracias a Dios.”
Sin embargo, Osvaldo no se sentía como deseaba, ni
como rezaba la canción. Experimentaba que le faltaba algo. No llegaba a saber
qué era, pero estaba inquieto y, a pesar de tener de todo, buscaba algo que le
diera esa alegría y paz que anhelaba.
Mientras dilucidaba qué podía pasarle, se acordó de
aquella tertulia donde había estado una vez. Recordaba aquella tarde cuando,
caminando algo extraviado y pensativo, se sentó en una amplia terraza a tomar
un café. Hizo una parada y, con cierta nostalgia, pensó:
«Fue hermoso y moralizante aquel diálogo entre los tertulianos. Me llenó
de paz y de ternura, y me levantó el ánimo».
Siguió su camino, pero volvió a pararse.
¿Por qué no paso por allí? Quizás tenga la suerte de
presenciar otro de aquellos hermosos diálogos».
Y sin dudarlo, encaminó sus pasos hacia la tertulia.
Era la hora del mediodía; la tertulia, casualmente,
estaba pletórica y en plena ebullición. Pedro se había convertido en el fiscal
acusador. Se hablaba de la apariencia y de las mentiras.
—Hay muchos que, quizás sin darnos cuenta,
aparentamos lo que no somos —dijo uno de los tertulianos levantándose—. Muchos
golpes de pecho en la Iglesia, pero en sus casas les tienen miedo.
En esos precisos momentos llegaba Osvaldo. Silenciosamente, y con una señal, reclamó la presencia de Santiago para pedir un café. No perdía detalle del diálogo entre los tertulianos.
En ese momento, Osvaldo, que escuchaba atentamente, notó cierto escalofrío.
—Y cuando se busca la felicidad —continuó Manuel— en el poder, en la riqueza, en la salud, y se pospone todo lo demás, incluso de manera injusta, aparece el vacío y el sinsentido. Jesús, anticipándose a esos roles, lo deja muy claro cuando dice (Lc 14, 25-33): “Todo aquel de entre ustedes que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”.
Una vez más, la tertulia había servido a Osvaldo para salir de la tribulación y angustia por las que estaba pasando. La solución no era tener, sino despojarse.