Cuando tu fe viene
de experimentar tu propia debilidad se fortalece. Mirado de otra forma, la fe
nace en aquel que se reconoce pecador, débil y pobre de espíritu. Es entonces
cuando levantas tu mirada y te agarras fuertemente al Señor. E incluso entiendes
que Jesús se haga débil y sufra su Pasión. Así lo entendieron aquellas mujeres
que le seguían y así permanecieron hasta el pie de la cruz.
No cabe duda de
que en la debilidad se esconde la fortaleza que viene del Señor. Pablo lo decía
claramente – 2 Corintios 12,9 – y la experiencia nos descubre que cuando
realmente experimentamos pobreza y debilidad levantamos nuestra mirada hacia el
Señor. Es entonces cuando entra en nosotros gratuitamente el don de la fe que
nos regala por amor y misericordiosamente nuestro Padre Dios.
Y es, precisamente,
cuando nuestra relación con el Señor nace de un encuentro en la necesidad y
pobreza cuando estamos más disponibles, abiertos y sedientos de Ti, Señor. Por
eso el Señor nos lo ha dicho insistentemente: «No tienen
necesidad de médicos los sanos sino los enfermos».
Ahora, la cuestión
es descifrar o reflexionar donde nos encontramos nosotros: ¿Nos consideramos
enfermos – pecadores – o pensamos que somos suficientes para dirigir y salvar
nuestra vida? ¿Creemos en Jesús o pensamos que todo termina con la muerte? ¿O
miramos para otro lado mientras la vida nos vaya sonriendo sin preguntarnos
nada?
Pensemos que el
tiempo no para, y, aunque nos parezca largo se consume rápidamente y se hace
tarde. Nunca más acertado pensar en esa tan conocida frase: «El
tiempo es oro». Y es que nos jugamos nuestra felicidad
eterna cada día.