lunes, 30 de diciembre de 2024

UNA VIDA AGUARDANDO AL SEÑOR

Posiblemente, detrás de aquella anciana viuda, casada durante siete años, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro, según narra el Evangelio, había una decidida y perseverante vigilancia por esperar la venida del Mesía prometido. Dice el Evangelio que no se apartaba del templo sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día.

Y la insistencia, como nos invita al Señor ya mayor y en su vida pública – Lc 18, 1-8 – se hace necesaria e imprescindible. Nuestra vida – camino hacia la Casa de nuestro Padre Dios – es un camino de vigilancia, de perseverancia y de relación constante, diaria y a cada instante con nuestro Padre Dios.

Conocemos nuestras debilidades, nuestras facilidades para caer en la trampa de la seducción y del pecado. Por tanto, estemos vigilantes, atentos, en oración constante para no caer en la trampa que el mundo, demonio y carne nos tienden.

Ana, esa viuda, hija de Fanuel, y de la tribu de Aser, nos puede servir de ejemplo. Su constancia, su alabanza y actitud de dar a conocer a ese Niño Dios a todos los que aguardan y esperan en el Señor, es una actitud que también nosotros podemos hacer nuestra en nuestra vida. Primero en espera y vigilancia, y, segundo, en constante relación con el Señor, y abiertos a la acción del Espíritu Santo que hemos recibido en la hora de nuestro bautismo, para aprovechar las oportunidades que nos da la vida para hablar del Señor y, con nuestras obras y actitudes, mostrar su Amor y Misericordia a los demás.