| Lc 1, 26-38 |
No entendía de
dónde le podrían venir aquellos impulsos y deseos.
Aquella noche
tuvo un sueño que la animaba a dejarse llevar por ese impulso interior que la
empujaba a entregarse al servicio de aquella causa.
Se despertó asustada,
como si hubiese oído una voz que le hablaba.
Algo temerosa, hizo
partícipe a su hermano Alejandro de su sueño. No sabía qué hacer, y en lo más
profundo de su corazón ardía el deseo de entregarse libremente a esa misión.
Al día
siguiente, Alejandro, algo preocupado, acudió a la terraza. Era uno de los
tertulianos que acudían con frecuencia y conocía los buenos consejos que allí
se daban.
Se acercó a la
mesa donde estaban Manuel, Pedro y algunos más. Levantando su brazo, llamó la atención
y dijo:
—Mi hermana está
en la disyuntiva de decidir qué camino tomar. O hacer caso a ese impulso que
siente, e incluso con el que ha soñado, o tomarlo como un sueño más y no
hacerle caso. ¿Alguien me puede aconsejar
algo?
Todos se miraron
extrañados, y muchos se encogieron de hombros como expresando que no sabían qué
decir.
Sin embargo,
Manuel echó mano a su agenda y buscó ese pasaje del Evangelio de Lucas, 1,
26-38. Puso sus ojos en él y, con voz pausada, suave y serena, leyó:
—En aquel
tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un… María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en
mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.
Cerró su Biblia,
hizo un breve silencio y miró tiernamente a Alejandro, convencido de que había
encontrado la respuesta que buscaba.
La cara de
Alejandro se iluminó. Había sentido una luz interior que iluminaba la solución
que su hermana buscaba.
«Si la misión de su
hermana estaba movida por el amor y la misericordia —pensó—, ese impulso venía
de Dios».
Así lo había entendido, y así se lo diría a su hermana.