domingo, 25 de octubre de 2020

EN EL AMOR ESTÁ TODO CONTENIDO

 

Mt 22,34-40

Si seguir a Jesús se reduce a un mero cumplimiento - prácticas y normas -  con las que justificamos nuestro seguimiento y fidelidad, ser cristiano no sería cuestión difícil. Cumplir y disciplinarnos es cosa de hábitos y de cierto equilibrio que con una buena disciplina se puede cumplir. Seguir a Jesús es otra cosa y no se fundamenta en normas y prácticas sino en el amor. Por tanto, cuando hablamos de seguir a Jesús hablamos de amar y de un estilo de amor que Él propuso y vivió.

Se trata de un amor dado incondicionalmente y sin ningún interés o beneficio. Un amor buscando el bien y la felicidad de los otros, incluso de los enemigos. Una manera de amar que, partiendo de un primer amor a Dios Padre se proyecta en el amor a los hombres de toda condición, prioritariamente a los pobres y más necesitados. Un amor que trasciende y que ama como correspondencia a ese amor que recibe y que le salva y que se proyecta en aquellos, no que me agradan y me interesan, sino todo lo contrario, aquellos que me son antipáticos, que huelen mal, que presentan un físico desagradable y que su sola presencia repugna. Esos son precisamente los pobres de los que habla Jesús.

Por eso, seguir a Jesús se hace muy duro y bastante, o casi imposible, marcar el ritmo de sus pasos. Y, sometidos a nuestras apetencias y pecados por nuestra naturaleza humana, quedamos fuera de combarte si nos apartamos de nuestro Padre Dios. Porque, podemos amar, pero nunca con la plenitud del amor que nos pide el Señor, pues cuando se trata de los enemigos o situaciones de paupérrima pobreza huimos de ella. 

Necesitamos su Gracia y la acción del Espíritu Santo para, fortalecidos en Él, superar esos momentos de extrema dureza y, sobre todo, amar, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como Jesús, el Hijo de Dios, nos ha enseñado.