viernes, 20 de noviembre de 2020

EL NEGOCIO DEL TEMPLO

Lc 19,45-48

Jesús molesta, y hoy, decimos lo mismo, "sigue molestando".  Por eso fue perseguido hasta ser crucificado en el Gólgota, y, también hoy sigue siendo perseguido en los que le siguen y creen en Él. Es decir, la Iglesia ha estado siempre perseguida y hoy sigue igual. Es verdad que los medios se callan, posiblemente porque ellos también persiguen a la Iglesia, y los pueblos - salvo los que sufren la persecución cruenta - no se enteran. Y no se enteran porque los perseguidores tratan de esconder su persecución e incluso disfrazarla con apariencia justificación ideológica o de legalidad.

La realidad es que todo eso viene a demostrar que Jesús Vive, porque, es de sentido común que a un muerto no se le persigue, y menos a los que dicen seguirle. Pues, muerto el rey se acabó todo. Ya lo dijo Gamaliel al Sanedrín -Hch 5, 38-39 -. Y molesta porque sus enseñanzas descubren la verdad, viven en la verdad, afloran en la verdad y, por tanto, afloran la fraternidad y el amor. Así, los egoístas, mal intencionados, aprovechadores, usureros,  avariciosos quedan al descubierto. Y eso no les gustaba a los sumos sacerdotes, escribas y notables, porque eran ellos los que se aprovechaban de todo ese negocio montado y establecido al derredor del templo.

Sin embargo, la cuestión es plantearnos si eso continúa ocurriendo hoy en pleno siglo XXI. Porque, no se nos debe esconder que en algunos lugares o santuarios se huele a fiestas folclóricas, negocios y consumo. Y aunque no lo hacemos de una manera cruenta, si lo hacemos de una manera indiferente pensando más en lo festivo, en lo económico o social. Pensemos en nuestras propias celebraciones litúrgicas, Navidad y otras, donde el dinero, el comercio y consumo priman y ocupan un lugar relevante que de alguna manera arrinconan al Señor.

No se trata de rasgarnos las vestiduras sino de reflexionar, ver y esforzarnos en `poner a Jesús en el centro de nuestra vida, supeditando todo lo demás a un segundo plano, que, quizás lo necesitamos, pero de forma equilibrada y sensata. Dios es nuestro Padre y solo Él es el centro de nuestra adoración y alabanza. Y todo lo demás en función de lo único y verdaderamente importante: Adorar y Alabar a nuestro Padre Dios en Espíritu y Verdad.