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Lc 2,16-21 |
El Niño Dios, nacido en un pesebre, y que celebramos cada Navidad, nace también cada día en nuestro corazón. Pero, siempre con la condición de que tú le abras la puerta. No hará nada sin tu permiso, porque, Jesús no nace para imponernos nada, sino para ofrecernos eso que todos buscamos, con anhelo y grandes deseos, la felicidad. Esa es la Buena Noticia que Jesús, el Mesías enviado, nos anuncia. Una Noticia de felicidad eterna. No se trata de algo pasajero que hoy es y mañana desaparece. Se trata de Felicidad Plena y Eterna.
Y es a los pastores a los que se le anuncia en primicia esa Buena Noticia. Podíamos preguntarnos, ¿por qué a los pastores y no a los notables, reyes y gente importante? Hay una respuesta que Dios deja ver en su Hijo enviado, elige nacer en la humildad, en la sencillez, en la pobreza y en la discreción y silencio. Y reconocerle como Dios exigirá en adelante vivir en la humildad, la sencillez, pobreza y silencio. No podrás encontrarlo en la grandeza, en la riqueza, en la suficiencia y poder ni en el ruido y la algarabía de la vanidad, ambición y la fama. El Niño Dios se oculta en los corazones humildes, necesitados, pobres y pecadores, y desde ahí quiere limpiar y liberar a todos los hombres que así se reconocen.
De ahí que su primer anuncio va dirigida a los pastores, a los deshauciados y marginados; a los excluidos y apartados del ruido y la valorada sociedad del poder y la riqueza. Y de ahí que son esos pastores los que aceptan la Noticia y corren al pesebre a experimentar la presencia del Niño anunciado como Mesías y Salvador.