Sí, la Eucaristía
es un gran problema. Recibir el Cuerpo del Señor compromete a vivir en el Señor.
Hacerlo de forma indiferente, descomprometida y rutinariamente es harto
peligroso y puede ser nefasto para nuestra vida. Comer el Cuerpo del Señor, tal
como Él nos ha dicho y bajo las especies de pan y vino, exige compromiso y
respuesta a dejarnos transformar en unos corazones mansos, humildes y generosos.
¡Claro, un gran
problema! Porque no es nada fácil transformar nuestro corazón endurecido, egoísta,
cómodo y placentero en un corazón suave, dado y generoso y disponible a compartir
sin límites todo lo que somos y tenemos. Porque eso fue lo que hizo Jesús y, al
comer su Cuerpo decimos que también nosotros queremos hacer lo mismo.
Nos cuesta mucho y
nos echamos para atrás. Muchos se lo piensan antes de comulgar y se retraen de
hacerlo. Y otros nos debatimos constantemente en pedir perdón porque haciéndolo
experimentamos que no vivimos a esa altura que el comer el Cuerpo del Señor
compromete.
¿Qué hacer? Simplemente, reconocernos pecadores. Ya el Señor nos lo ha dicho: He venido a salvar a los pecadores (Lc 5, 32). Y eso significa que hay pecadores. Pues bien, nosotros estamos entre esos pecadores. Y la lucha será exigirnos mejorar, perfeccionarnos. Eso nos exigirá estar en el Señor, y nada mejor que comer su Cuerpo y alimentarnos de su Espíritu. Esa es la batalla, tomar conciencia de nuestra responsabilidad y compromiso y, alimentado espiritualmente en el Cuerpo y Sangra del Señor, enfrentarnos a la lucha diaria contra nosotros mismos con la finalidad de cada día ser un poquito mejor hasta llegar, por la Gracia de Dios, a poder partirnos como el Señor y darnos a los demás. Esa es nuestra meta ser Cuerpo del Señor: Corpus Christi.