La experiencia del
amor, a pesar de que aparentemente parece lo contrario, es el poder de más fuerte y
el que siempre, tarde o temprano vence. Sabemos, y nadie lo discute, que la
violencia engendra violencia. A pesar de eso, seguimos empeñados en arreglar
las cosas con violencia, con agresividad y respondiendo siempre con la misma
moneda: ojo por ojo, diente por diente. Quien me la hace, me la paga, solemos
decir.
Hay cosas que
catalogamos como imperdonables y que, sabemos, que con nuestras propias fuerzas
no podremos realizar. Sin embargo, la propuesta de Jesús, el Señor, será todo
lo contrario: ante la violencia,
respuesta de perdón y de amor, ejemplo: Él mismo en el momento de entregar su
Vida en la Cruz. Sus últimas palabras fueron: «Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen»
Precisamente, donde
se puede ver la diferencia entre una persona buena y una cristiana es: ambas
son personas buenas, pero solo una es capaz de perdonar a su enemigo. Esa es la
característica del ser cristiano: el perdón. No obstante, nos salvamos gracias
a ese perdón que Jesús gana para nosotros a su Padre entregando su Vida en la
Cruz. Es decir, tenemos la oportunidad de salvarnos por la Infinita
Misericordia de nuestro Padre Dios que, Jesús, el Hijo Predilecto, gana para
nosotros con su Pasión, Muerte y Resurrección.
Eso nos puede dar la medida de la importancia y lo que significa el perdón. Y de que si no somos capaces de perdonar estamos perdidos. Ahora, no se nos ocurra intentarlo sin contar y ponernos en manos del Espíritu Santo. Es Él el que nos dará esa fortaleza, esa sabiduría y paz para poder realizarlo.