Será difícil tratar de entender y comprender la
figura de Juan, llamado el Bautista, desde nuestra mentalidad y naturaleza humana.
Una figura enigmática que supera nuestra capacidad intelectual para
comprenderla. Elegido por Dios desde su concepción en el vientre de su madre
Isabel, anciana ya entrada en años y, en consecuencia estéril, Juan nace con
una misión concreta, ser voz y anuncio del Mesía prometido.
Y, su vida se desarrolla en torno a esa misión
que, dicho sea de paso, cumple perfectamente. Anuncia, proclama y prepara el
camino del Mesías que ha de venir, hasta el punto de que, Jesús, el Mesías,
dice de él: No ha nacido de mujer uno más grande que Juan. Y eso explica lo que
tratamos de decir. Pero, la referencia para la que nos alumbra la vida de Juan
el Bautista nos sirve para reflexionar sobre nuestra misión concreta de ser
también luz, voz y anuncio, con nuestra vida, desde el lugar y la situación en
la que Dios nos ha colocado.
Un mensaje de Amor Misericordioso que, como Juan, debemos sostener siempre en y con la verdad, a pesar de que, tal hizo Juan en su tiempo, tengamos nosotros que también proclamar, anunciar y dar voz aunque vayamos contra corriente. Lo hacen ya muchos cristianos perseguidos en muchos lugares de este mundo, sufriendo persecución y muerte, y, al amparo de la figura de Juan el Bautista, también nosotros, pidiendo su intercesión, debemos asistidos por el Espíritu de la Vedad, dar testimonio de nuestra fe y proclamar la Buena Noticia.