Es un peligro
dejarse envolver y arrollar por las prisas que en muchos momentos el mundo te propone
como ganancia de mejora y bienestar. Las prisas – dice el refrán – son malas compañeras y nos apartan de la serena
reflexión. Hacer pausa en la vida – que no pararte – es buena elección para mirarte
por dentro y ver tu estado, tu situación y la dirección de tu camino.
Los Evangelios nos
hablan de los momentos en que Jesús se retira, se aparta y se relaciona con su
Padre a través de la oración. Precisamente en el Evangelio de hoy, Marco nos narra:
(Mc 1,29-39): En aquel tiempo, cuando Jesús salió de
la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de
Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de
la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al
atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados;
la ciudad entera estaba agolpada…
Jesús busca
espacio de silencio y soledad para hablar con su Padre. Marcos en su Evangelio
nos dice como Jesús se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro,
se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Jesús camina siempre en
constante relación con su Padre. Sabe y tiene presente que ha venido a cumplir
la Voluntad de su Padre. Y la cumple partiendo siempre de su íntima relación
con Él.
¡Qué hermosa
enseñanza! Nada hace Jesús sin antes estar en pleno contacto con su Padre.
Diríamos que Jesús hace la Voluntad de su Padre porque conoce lo que realmente
quiere y le pide su Padre. Desde ahí podemos comprender como entrega su Vida
para el rescate de la vida de todos nosotros. Realmente es esa la Voluntad de
su Padre.
Aprendamos también
nosotros de Jesús como tenemos que caminar en nuestra vida relacionándonos
diariamente y a cada instante con nuestro Padre Dios.