jueves, 19 de noviembre de 2020

UN CAMINO SIN JESÚS ES UN CAMINO DE TINIEBLAS

Lc 19,41-44

Es posible que también nosotros nos compadezcamos de Jerusalén al leer que Jesús lloró por ella - su ciudad santa - y por sus habitantes al no reconocerles como el Mesías enviado para traerles la paz y la salvación. Sin lugar a duda, conocer que Jesús lloró es conmovedor y, hasta cierto punto, incomprensible para nosotros. 

Él, que es Camino, Verdad y Vida se emociona y compadece por su ciudad. No le han escuchado ni le han reconocido. Y sin Jesús no hay camino, no hay verdad y no hay vida.

Pero, será un grave problema para nosotros situarnos delante de Jerusalén como un simple espectador más. Porque, nosotros también somos ese Jerusalén que, quizás no le escuchamos, ni le reconocemos. Porque, ¿seguimos nosotros el mismo camino que nos señala Jesús? ¿O, por el contrario, trazamos nosotros el nuestro propio? ¿Salimos de nosotros mismos para ser otros hombres nuevos nacidos del agua y del Espíritu de Dios? ¿O permanecemos anclados, quizás como se ancló Jerusalén en el pasado, en nuestras propias convicciones e ideas?

Supongo y creo que debemos abrir los ojos y, saliendo de nosotros mismos, abrir nuestros ojos para, escuchándole, vivir en el esfuerzo de reconocerle como el Mesías enviado a salvarnos. No es cuestión de quedarnos pasivos, quietos y conmovidos, sino actuar y ponernos en marcha tras los pasos de Jesús.