Porque esa es
nuestra misión, poner todos nuestros talentos, cualidades y bienes recibidos en
función y para el bien de los demás. Y eso exige estar preparados, vigilantes y
atentos a todos esos peligros seductores que nos acechan y amenazan con
desviarnos de darnos en amor misericordioso. Las tentaciones son muchas y el
peligro es inminente.
Confiar en el
Señor y, a pesar de toda la oscuridad que nos ensombrece, esperar su venida con
firmeza y vigilancia esperanzada, esforzados en cumplir su Voluntad es el gozo
y la felicidad más grande que podamos vivir. Nada dará más fuerza y sentido a
nuestra vida que la fe en las Palabras del Señor. Y nada será más congratulo
que la experiencia esperanzada en la segunda venida del Señor.
Desde esa
experiencia, la muerte es el instante más grandioso y esperanzado de nuestra
pobre existencia. Marca la hora y es la señal de la gran cita con el Señor. Descubre
el insigne momento de la Verdad, de dar sentido y conocimiento a todo el
misterio de la creación y satisfacer nuestras ansías de felicidad eterna.
Cada día, cada
momento de mi vida entiendo menos a aquellos que se juegan su felicidad eterna
por un mísero potaje de lentejas. Seducidos por el mundo, demonio y carne se
dejan engañar por espejismos de falsa felicidad que no llegan a dar la plenitud
deseada ni a satisfacer plenamente. Y ponen la gran oferta de felicidad eterna
que tienen ofrecida por su Padre Dios en gran peligro.
No perdamos nunca la gran oportunidad de reconocernos hijos pródigos y, levantándonos con verdadera humildad, regresar a la Casa del Padre. No vendamos nuestra felicidad esperando recompensas ni premios porque nuestra gran premio es permanecer en la Casa del Padre y estar a su lado. Él nos lo da todo y lo comparte con nosotros de manera gratuita y por Amor.