La
experiencia del que ha visto a Jesús o lo ha sentido en su corazón se
manifiesta en la misión de compartirlo con los demás a través de su palabra, sus
actos y su vida de amor y misericordia. Encontrarse con el Señor es una
experiencia que no se puede guardar y exultante de alegría se derrama en
noticia para los demás. Es algo espontáneo y que se contagia y transmite como
el fuego.
Posiblemente,
sea un síntoma de no haberlo encontrado el quedarnos a dos aguas y, de alguna manera,
indiferente y pasivo al no transmitirlo ni darlo a los demás. Porque, de tener
esa experiencia de encuentro con Jesús, la vida se transmite y se da a conocer
en sus propias obras y palabras. Lo que reboza el corazón sale por la boca. Y
si Jesús está en el centro de tu corazón, tu boca lo transmite y lo da a
conocer.
Esa fue la experiencia de los primeros cristianos, apóstoles y discípulos que estaban con Jesús y que le vieron tras su muerte y Resurrección. Y también debe ser la nuestra, aunque en el contexto de nuestra época, y con los medios y oportunidades que se nos brinda. La Buena Noticia, una vez experimentada, no se puede archivar.