Nos sería
imposible hablar con Dios porque, nosotros simples criaturas, no estamos a la
altura para entender ni poder hablar con Dios. Si es posible hablar con Dios es
porque Dios se abaja a nuestra altura, primero se ha encarnado en nuestra
propia naturaleza, y se abre en su Divinidad a escucharnos. Muchas veces hemos
dicho que es Dios quien da el primer paso y viene a nosotros.
Por otro lado, si tenemos
la opción de salvarnos, lo hemos dicho muchas veces y lo reconocemos, es por la
Infinita Misericordia de Dios. Es Él quien nos da esa oportunidad porque nos ama
con Infinita Misericordia. Por todo ello nos atrevemos a hablar con Él.
Puedo decir que mucha
veces, cuando sentado a la orilla de mi cama, y viéndome tan poca cosa y
delante de quien experimento estar, trato de ponerme en su presencia, siento
vergüenza y me doy cuenta de su Infinita Grandeza y Amor que tiene por sus
criaturas. Y eso me da atrevimiento y fortaleza, con humildad, para hablar con
Él.
Nuestro Señor Jesús
nos ha dejado el Padrenuestro precisamente para eso, para que no nos enrollemos
demasiado y no nos perdamos en palabreríos o nos quedemos mudos. Simplemente
para llamarle Padre nuestros – que nos hace hermanos – y para que, como Padre,
le santifiquemos y le pidamos que viva en nosotros – Él que es nuestro Reino –
y se haga su Voluntad, no la nuestra.
Nos enseña a
pedirle todo lo que necesitamos para vivir y estar cada instante de nuestra
vida en su presencia – el pan de cada día – y a perdonar como Él nos perdona y
a protegernos de caer en tentaciones y seducciones que este mundo nos propone y
con las que nos tienta: mundo, demonio y carne.