miércoles, 7 de agosto de 2019

ENSÉÑAME, SEÑOR, A VIVIR EN TU PALABRA

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Mt 15,21-28
Corremos un gran peligro cuando nos creemos mejores que otros por el hecho de estar bautizados y pertenecer a la Iglesia. Y, sobre todo, cuando pensamos que por el hecho de estar en la Iglesia merecemos el favor de Dios. Quienes pensamos así, aún de forma inconsciente, estamos en un grave error. Dios es Padre, y Padre de todos, creyentes y no creyentes, y sobre todos, buenos y malos, hace salir el sol. Lo verdaderamente importante y valioso es significar lo que puede y debe distinguirnos. Se trata de nuestra actitud y disponibilidad a creer y ser dócil a su Palabra.

El Evangelio de hoy nos habla de una situación que nos trae luz a este criterio. Nos habla de la fe de una mujer cananea, es decir, extranjera, no judía por lo tanto, que sorprende y admira a Jesús. La situación, según el Evangelio de Mateo es esta: En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada». Pero Él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: «Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros». Respondió Él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel».

Ante esta respuesta de Jesús, la mujer en lugar de desanimarse y darse por vencida, insiste y postrándose a sus pies responde: «¡Señor, socórreme!». Él respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». «Sí, Señor -repuso ella-, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas». Y desde aquel momento quedó curada su hija.

Ante este diálogo tú y yo que pensamos respecto a nuestra fe. ¿Persistiríamos insistiéndole al Señor después de recibir una negativa por su parte? ¿Cómo respondemos ante los silencios del Señor y de sus aparentes ausencias? Considerando que es la fe la que nos salva el asunto es de vital importancia, porque, experimentamos que nuestra naturaleza, herida por el pecado, se ve impotente y llena de dudas ante la opción de creer.  Y desde el  testimonio de esa mujer cananea confrontamos nuestra fe y constatamos que es muy débil y que nada podemos hacer por aumentarla. Por eso, descubrimos la posibilidad de pedirla y de ponernos en sus Manos.