La grandeza de
Jesús no está en su apariencia estética y carencia de poder, sino en la de ser
el Hijo predilecto y amado de su Padre que le ha enviado a proclamar la Verdad.
Su Reino, por tanto, es un Reino de Verdad y de Amor Misericordioso. Por eso,
todos los que creen en Él vivirán en el gozo y la plenitud de la felicidad
eterna.
Es evidente que
aquí no está ni se encuentra el Reino de Dios. La vida, nuestra vida y nuestro
mundo, es un camino donde tendremos que ganarnos – por decirlo de alguna manera
– la eternidad gozosa y plena junto a nuestro Padre Dios.
Y digo «por
decirlo de alguna manera» porque todo es regalo de Dios. Nada
merecemos ni nada tenemos. Todo es Gracia gratuita de nuestro Padre Dios. Su
Amor – que nunca llegaremos a comprender en este mundo – es Infinito y
Misericordioso. Y gracias a eso tenemos la ocasión y oportunidad de ganarnos
esa felicidad eterna que buscamos y perseguimos en este mundo.
Por tanto, busquemos esperanzados la Verdad. La Verdad con mayúscula que la trae nuestro Señor Jesús. Es precisamente esa Verdad la que nos hará libres, y, a pesar de ser un camino de cruz, dará sentido y esperanza a nuestro camino y nos dará gozo y Vida Eterna.