lunes, 16 de diciembre de 2019

NO HAY OTRO CAMINO SINO LA FE

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Mt 21,23-27
Cuando quieres actuar por cuenta propia fracasas. Me refiero con respecto a Jesús. Quieres entenderle y es como querer entender la creación del mundo. ¿De veras, la entiendes? Puedes imaginar, deducir, pensar y suponer, pero entender nunca. San Agustín ya lo dijo valiéndose de aquel niño que quería meter toda el agua del mar en un pequeño agujero en la arena de la playa. Dios no sobrepasa y la única manera de, por su Gracia, poder entenderle es, ahora, ya, fiarte de su Palabra y creer en Él.

Pero, creer es creer. No es tratar de intentarlo a ver si hay suerte o jugar a ver si sale. Todos los que lo han hecho así no han visto ni experimentado nada. Jesús, el Hijo de Dios, sabe la última intención de tu corazón y el convencimiento de tu petición. Todo el que lo ha hecho con sinceridad y fiándose del Señor ha tenido resultado. Y resultado seguro, créelo. No todo el que toca el manto del Señor es curado, se necesita fe y Jesús lo sabe y lo siente. Así ocurrió con aquella mujer -Mc 5, 25-34- que padecía flujos de sangre.

¿Qué crees que pasó? ¿Acaso no había tocado muchos a Jesús durante el camino? Iba un gran gentío y lo oprimían al caminar, lo normal que haya roces. Pero, Jesús sintió un toque en su manto y una energía que había sanado a alguien, y quería manifestarlo y presentarla como testimonio. Porque, la fe de aquella mujer era de verdad. Pensaba que tocando el manto de Jesús podía quedar curada, y se esforzó y arriesgó a ser descubierta. Ya saben lo que sucedió si leen esos capítulos de Marcos.

¿Y cómo es tu fe y la mía? ¿Es como la de aquella mujer? ¿Crees que Jesús es tu solución a pesar de que tu camino tenga cruces? ¿Cres que detrás de tu camino de cruz, igual que el de Jesús, está la sanación de tu enfermedad - la muerte -? ¿Crees sinceramente que tu dolor y sacrificio por amar y darte a los demás tendrá la misma recompensa que la fe de aquella mujer? Pues, sí, es así. Nuestro camino es creer en Jesús y pedírselo todos los días y esperar a que Dios te responda. La respuesta es segura, pero el momento y la hora no sabemos. Necesitamos creerle y confiar en Él.