Solos, el diablo nos puede y nos lleva a su mundo. Tiene mucha ventaja respecto a
nosotros. Nuestra naturaleza está tocada – herida por el pecado – y nada
podemos hacer ante él. Tiene a su favor todas nuestras apetencias, deseos carnales,
pasiones y egoísmos que nos traicionan y nos arrastran al pecado. De ahí,
descubrir la necesidad de bautizarnos y recibir al Espíritu Santo. ¡Qué sería
de nosotros sin su asistencia y auxilio?
Ahora,
nuestro Padre Dios ha querido contar con nuestra colaboración. No ha dispuesto
salvarnos solo con su Gracia, que basta y sobra, sino que ha dejado una parte
para que también nosotros actuemos y colaboremos. En la parábola del sembrador
del otro día nos explicaba la necesidad que tenemos de esforzarnos, de arar
nuestra tierra, de abonarla y prepararla para que no sea tierra de camino, de pedregales
o de zarzas. Es decir, convertirla en tierra buena. Luego, todo lo demás corre
por su cuenta. Él hará que la tierra, una vez trabajada con el sudor de nuestra
fuente, dé esos buenos frutos.
Pero, nunca debemos trabajar solos sino injertados en el Señor. Él es la vid que
nos sostiene y nos da fuerzas para preparar nuestra tierra: «Yo soy la
verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí
lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más frutos. Como el
sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco
ustedes, si no permanecen en Mí»
―Queda
claro ―dijo Manuel. Solo permaneciendo en el Señor seremos capaces de vencer al
diablo.
―Estoy
de acuerdo ―respondió Pedro. Estamos en desventaja y, sin la savia – Gracia del
Señor – que nos viene de la Vid – el Señor – estaremos perdidos ante el poder
del Maligno.
―Así
es. Necesitamos permanecer en el Señor para, fortalecidos por su Gracia, resistir
el embate de nuestras propias pasiones y superar toda tentación.
―Ese es el camino, seguir al Señor y caminar a su lado. Nos lo ha dicho: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.